Antídoto

Y cuando estaba empezando a acusar el cansancio y la tristeza, cuando los ecos de su propio refugio empezaban a hacer mella en él, llegó Su mensaje inesperado compartiendo su canción, la de ellos dos, la misma que él había compartido en un arrebato del día de «su aniversario». Y él no quiso contestar más que con un corazón, porque de haber empezado a escribirle, no habría parado en toda la noche.

Luego recordó la canción que Ella le había recomendado en el bar justo antes de cerrar, y decidió escucharla. Pero lo que se encontró fue un temazo que cualquiera de los dos me podría haber dedicado al otro, porque ambos estaban enfermos de deseo y ansiosos de un antídoto que curarse sus venenos internos.

Una canción perfecta para arrancarse la ropa sin mediar palabra y curarse el uno al otro, como dos años antes. Como siempre que estaban cerca, como siempre que sus ojos se enganchaban, igual que aquella noche.

Antídoto para su enfermedad.

Tuvo un momento de debilidad y publicó la canción que ambos habían escogido como «su canción» en redes sociales, sin saber muy bien por qué. El hecho era que no tenía sentido seguir dándole vueltas al aniversario de algo totalmente muerto y enterrado, y mucho más aún cuando Ella ni siquiera lo iba a ver porque obviaba por completo las publicaciones en redes de él.

¿Por qué lo había hecho, entonces? Pues por un impulso, por un arrebato de un corazón demasiado machacado y con demasiada memoria.

Hope

De manera accidental, como casi siempre, había descubierto una de aquellas canciones que se convertían en una constante en sus días y sus noches, una de aquellas canciones que resonaban en su cabeza sin parar, una de aquellas canciones que no es que tuvieran similitudes con él, sino que les describian de pies a cabeza.

Porque aquella canción hablaba de un hombre derrotado, acostumbrado a caer y aprender a sufrir, a parar de intentar sin conseguir, a vivir en un mundo lleno de sombras solitarias con un corazón donde nada tenía sentido. Un hombre que, aún cuando lo mejor de él se sentía como un chiste, era capaz de mantener una pequeña esperanza.

Quizá la que él siempre había esperado ya había desaparecido, pero la encontraría por otro camino:

«Cause when you try and when you choke, still have a little hope».

Puta bida

Era curioso cómo a veces canciones inesperadas arruinaban todos sus esfuerzos. Como aquella misma noche en que, de forma totalmente aleatoria, Nickelback vino a recordarle que «intentar no amarla, solo le hacía quererla aún más«.

Puta bida.

«I don’t believe you»

Estaba ya metido en la cama cuando reparó en una notificación de una de las apps de almacenamiento de fotos de su móvil, la típica de «hoy hace un año de…» Y de entre las fotos y memes que se habían guardado en la app doce meses antes, destacó una foto de Ella, concretamente de su outfit, porque aunque no se le veía la cara, podía reconocer aquella figura, aquel ombligo y aquella mariposa tatuada entre un millón de personas. El caso es que le extrañó tener aquella foto, y no se le ocurrió mejor idea que la de entrar en el chat privado que compartían y volver a los mensajes que se habían cruzado justo un año atrás, para ver si se la había enviado Ella. Y claro, fue un grave error…

La foto estaba allí, era su outfit para las cañas. Y también estaban sus mensajes anunciando que llegaba a su casa y asegurándose de cuál era el piso, y entonces recordó que aquel día habían estado juntos, que habían hecho suplicar piedad a su cama, que se habían tomado las cervezas después, que se habían escrito a lo largo de todo el día, que se pensaban el uno al otro sin poder evitarlo.

Y mientras hacía fuerza por contener las lágrimas, de entre las 241 canciones que había en la playlist, salió aquella de P!nk que decía «I don’t believe you», y se le cayó el mundo encima. Porque como había leído apenas un rato antes, las personas son lo que hacen, no lo que dicen.

Perplejo

Tal y como se había imaginado desde un principio, aquella nueva luz que había aparecido de la nada se había apagado de repente y sin explicación, dejándole perplejo y sin saber de qué lado le había llegado volando el hostiazo.

Y aún así, había logrado sacar varias cosas en claro: la primera, que tenía que volverse mucho más duro, desconfiado e insensible; la segunda, que aunque aquel camino se hubiera cortado de repente, no tenía sentido volver atrás; y la tercera, una maldita canción que no dejaba de martillearle y que debería haber descubierto por Ella, y no por alguien sin importancia.

Alguna

Sabía muy bien que el peligro estaba en las canciones, y por eso estaba poco a poco renovando sus playlists, sus grupos, sus estilos… Hasta que su hija ponía sin saber alguna canción indebida, alguna de las que no hacía tanto Ella le dedicaba a él, de las que le escribía que no podía dejar de escuchar. Alguna de las que Ella ya parecía haberse olvidado.

Alguna de las que se sentían como un gancho al hígado que te hacen puede el combate al instante. Alguna como Remedy.

Irrompible

Allí estaba, con otra larga sesión de bourbon por delante, con la misma sensación de pérdida y tristeza que siempre que se separaba de Ella, con la misma desazón por no poder estar más tiempo con Ella, con la misma ansia de estrecharla entre sus brazos y estrellarse contra sus labios.

Pero la primera canción que sonó en sus auriculares hizo que algo cambiase aquella noche. La había guardado semanas atrás, y era la típica canción sobre la chica frágil e indefensa a quien el cantante iba a cuidar y proteger hasta convertirla en irrompible. Pero él se dio cuenta de que se identificaba más con la chica que con el cantante, y se convenció de si había alguien que «necesitaba cerrar los ojos mientras alguien cerraba sus brazos a su alrededor hasta convertirle en irrompible», era precisamente él.

Así que frunció el ceño, apretó los dientes, y dio por terminada aquella recaída, convencido de que tenía que ser la última: si Ella quería silencio y distancia, eso era lo que tendría; si él le importaba o no, si le quería tener cerca o no, era algo que Ella tendría que demostrar; su amor por Ella nunca iba a desparecer, pero dejaba de ser gratis desde aquel mismo momento. Porque al final se convenció de aplicarse el, consejo que tantas veces Le había dado: antes él que nadie.

Aunque era consciente del océano de lágrimas que tenía por delante, de que la añoraría y continuaría con los millares de conversaciones con Ella en su cabeza, de que nunca nadie podría estar a Su altura, decidió que o cumplía su propósito de Año Nuevo o se dejaría la vida en el intento. Iba a dejar de buscarla, de retorcer su vida por verla, de esperar algo que nunca iba a llegar.

Iba a buscar nuevos horizontes aunque fuese lejos, aunque significase resetear su vida del todo. Iba a convencerse de que había un mundo más allá de Ella, por mucho que le doliese. Iba a convencerse de que, además de Ella, él tambores era irrompible

Quédate

Ella le preguntó si seguía con la idea de marcharse y empezar de cero en otra ciudad, y él no supo qué contestar: porque Ella estaba allí, a su lado, y no parecía existir nada ni nadie más en el mundo, resplandeciendo como una estatua de oro puro, apoyándole con firmeza en su discusión con un camarero gilipollas, buscando sus ojos con insistencia, electrizando su piel con cada leve roce; pero también estaba aquel silencio incómodo que significaba «te echo de menos pero no puede ser», estaba el tener que guardar las distancias y las apariencias, la decepción de verla obligada a marcharse antes de tiempo cuando Ella quería quedarse, la sensación de estar perdiendo el tiempo al intentar conectar con cualquier otra, el vacío tremendo de volver a casa sin saber cuánto tiempo iba a pasar sin verla o sin saber nada de Ella.

Así que, aún tumbado en la cama en la mañana de otro domingo abrumador, pensó que debería haberle respondido que sí, que se iba a marchar, porque ya no podía soportar más estar sin Ella. Pero mientras empezaba a sonar en sus auriculares la canción de comerse arrancándose a besos las edades y terminar aquel puto domingo follando como animales, asumió lo que ambos ya sabían: que mandaría todos sus planes al infierno en cuanto Ella le dijera «quédate».

Estribillo

Aquel día su cantante favorito había posteado en sus redes el estribillo de la canción que él llevaba dedicándole a secretamente a Ella más de tres años, aquella que decía que «si era por Ella, a él no le importaba suplicar una vez más, que Ella le diera aliento, y vida al respirar«, y él no había dudado ni un instante en repostear la canción.

Así que, después de una sesión especialmente generosa de bourbon en su balcón y unos cuantos tumbos a oscuras por la casa, se metió como pudo en la cama y, mandando al infierno sus principios y sus propósitos, se puso la canción en bucle dispuesto a quedarse dormido regodeándose en Su recuerdo. Total, si la resaca ya iba a ser de órdago al día siguiente, ¿qué más le daba añadir una pizca más de culpa, abatimiento y remordimientos?