Llevaba ya muchas horas de trabajo y una cantidad ingente de tornillos apretados cuando vio por el rabillo del ojo que alguien entraba al nuevo gimnasio. Miró despreocupadamente, casi con desgana, pero por un instante la realidad misma pareció detenerse: una mascarilla ocultando gran parte del rostro, un moño alto y desenfadado recogiendo el pelo y unos ojos que parecían taladrarle. Su mente bulló de actividad, su respiración se cortó en seco, y se preguntó si el karma le iba por fin a devolver una después de haberle quitado tantas. ¿Era posible que Ella, cuya «fidelidad» por los dueños del «otro» gimnasio había sido la chispa que hizo saltar todo por los aires, la misma Ella con la que había tenido la conversación más dura y triste de su vida el día anterior, estuviera entrando por la puerta? ¿Era posible que todo se fuera a arreglar con semejante giro inesperado?
La respuesta era no, obviamente. En el momento en que la visitante descubrió su rostro y saludó, él comprobó que se trataba de Su hermana y no de Ella, y todo volvió a la cruda normalidad. Menudo chasco.
Y sin embargo durante un instante, durante un mísero instante, había vuelto a sentir un atisbo de felicidad.