Al final, aquel día de nochevieja extraño había tenido algo bueno. Después de un ratito y una de sus maravillosas miraras de regalo antes del toque de queda, Ella le había escrito, y le había regalado dos canciones. Incluso bromearon con el «cuelga tú, no, cuelga tú» de los adolescentes, justo antes de que, tras preguntarle él, Ella admitiera que seguía sintiéndose débil. Él maldijo en todos los idiomas que conocía y alguno más que inventó sobre la marcha, y tuvo que guardar silencio.
Nunca, nunca en toda su vida se había arrepentido tanto de hacer una promesa.