Había estado todo el día de buen humor, había entrenado duro, incluso había sonreído al descubrir los leves arañazos en una de sus nalgas. Y todo porque Ella continuaba escribiéndole, mandando audios y canciones, corriendo riesgos y haciendo planes aún más locos que los más osados que él nunca hubiera trazado. Porque seguía entregada, seguía enganchada a él: sí, Ella, la mujer de sus sueños.
Nada más le importaba, se sentía el amo del mundo.