Asco de palabras

Todo se enfriaba. Eran tiempos convulsos para los dos, Ella con aquel vodevil laboral que no terminaba de resolverse ni para bien ni para mal, y él con la lenta recuperación de su operación que había paralizado toda su actividad física y que le mantenía encerrado en casa. Dos situaciones muy diferentes, pero ante las que ambos habían reaccionado igual: encerrándose en sus propios caparazones.

Él casi no se pasaba nunca ya por su Refugio, porque gastaba tantas horas al día pensando en soledad que al final no tenía necesidad de escribirlo. Ni siquiera al llegar el fin de semana, cuando la combinación balcón+música+bourbon había sucumbido ante un maratón de serie chorra en el sofá, y sabiendo que Ella tenía planes interesantes y variados lejos de él que les impedirían verse. Pensó que tendrían sus momentos, que Ella se arrancaría en algún momento por el chat, pero no. Tampoco.

Así volvía a tener la sensación de que todo se estaba enfriando. Ya había pasado con anterioridad y se habían recuperado, la pasión entre ellos era tan inflamable que una simple chispa volvía a encenderlo todo. Pero, a diferencia de las otras veces, la palabra que dominaba todo en aquella ocasión era apatía: la misma apatía que le ataba durante horas al sofá frente a la tele en vez de sacarle al balcón , la misma apatía que le mantenía días enteros metido en casa en vez empujarle a la calle, la misma apatía que, tras pensar en Ella durante horas, le alejaba las manos del móvil en vez de ayudarle a escribir en su Refugio o enviarle a Ella un meme ingenioso.

Apatía. Enfriarse. Vaya asco de palabras.

Apatía

Llevaba días sin escribir. Y no porque no encontrara las palabras, como otras veces, sino porque no sentía aquella chispa que encendía el motor de su creatividad. La apatía se había adueñado de él y le había robado las ganas de todo: de trabajar, de entrenar, de estudiar, de inventar, de amar.

Se limitaba a dejar caer su mirada y su sonrisa al sueño, sin importar cómo se rápidas o lentas se fueran las horas.