Por fin creía haber llegado a la raíz de su problema: se había alejado de la realidad. Él siempre entendió su relación como una historia de amor imposible, en la que ambos se amaban con locura pero no en la que podían estar juntos. Y quizá en algún periodo fue así, pero hacía tiempo que ya no lo era, al menos no en el último año y medio. Puede que Ella lo viera como su ilusión, su vida de escape cuando cayó a su propio foso, pero aquello terminó sin que él quisiera darse cuenta. Y al igual que un crío lloraba y pataleaba al comprobar que la realidad no casaba con sus espectativas, con aquella versión de Romeo y Julieta que había construido en su cabeza.
Pero había abierto los ojos. Era hora de secarse las lágrimas, sonarse los mocos y recomponer el millón de añicos en que se había destrozado su corazón.