Absoluta

Se iba a la cama después de media botella de bourbon con una sensación de tristeza como nunca había sentido antes: no era la tristeza romántica de cuando iban a quedar y el plan se frustraba; tampoco era la tristeza desgarrada de cuando se buscaban con los ojos, se rozaban con los codos y se despedían con un largo abrazo porque no podían dejarse llevar; ni siquiera era la tristeza desesperada de los mensajes de redes sociales y de los «IMU» porque tenían compromisos o estaban a kilómetros de distancia.

La tristeza de aquella noche era seca, sin lágrimas, porque había evitado las decenas de canciones y los «say when», era descarnada y aspera porque no quedaba ni rastro de ilusión, era resignada y esteril porque ya no quedaba ni rastro de una mísera esperanza.

Era la tristeza absoluta, sin adornos ni drama ni compasión. Como el último vistazo a las vecindas luces de Navidad, como si no pareciera que llevaban semanas apagadas.