Varias horas y tres cuartos de botella de bourbon después, continuaba dando vueltas en la cama sin poder dar crédito a lo que había pasado aquella noche. La parte más ingenua de él le decía que aquello no había ocurrido, que todo había sido un malentendido; su parte más conspiranoica ya azuzaba con traiciones, agravios y desprecios de todo tipo comenzando con la ausencia de la prometida llamada Suya al día siguiente; y su parte racional trataba de mantener la calma, mientras se negaba a publicar el millón de entradas que habría podido escribir en aquellas horas de locura, incertidumbre y desesperación.
Porque todo era tan contradictorio, tan inesperado, tan súbito, que se veía incapaz de procesarlo si no tenía más información. Y esa era la clave, dominar su eterna tendencia a ponerse en lo peor, antes de tener algo en firme a lo que agarrarse.
Estaba claro que el tema pintaba fatal, y que si se confirmaban su intuición y sus peores temores aquello iba a suponer un auténtico apocalipsis y un punto de inflexión absoluto, porque había un mínimo de dignidad y orgullo que no podía ser rebasado, pero tenía que asegurarse de la manera que fuese.
No dejaba de pensar en la cantidad de veces que había estado a punto de escribirle lo de «ya no puedo esperarte más» en el último año, sobre todo en las últimas semanas. Y lo que se había alegrado, entre comillas, de no haberlo hecho después de la noche de su cumpleaños en que habían vuelto a ser casi los de siempre. Y sin embargo, si su intuición se confirmaba…
Solo habla algo absolutamente claro e innegable: aunque aún le restaban dos semanas y un viaje de sus vacaciones, el buen humor, las sonrisas, el buen rollito y el «flower powerismo» del autoproclamado #SuMejorVerano se habían acabado de golpe.
Libro
No sabía ni por donde empezar, porque lo que había pasado aquella noche tenía toda la pinta de que iba a cambiar su vida por completo y sin vuelta atrás. La historia había empezado por la tarde de la manera más tonta, con Ella contestando a uno de sus insignificantes estados sobre sus entrenamientos y, para sorpresa de él, intercambiando una buena tanda de mensajes más o menos de cortesía sobre vacaciones y vuelta al trabajo. Tras una pegunta incómoda, Ella quiso cambiar de tema radical, diciéndole que le daba licencia para preguntar lo que él quisiera. Después de mucho dudar y casi optar por parar la conversación, al final él se lió la manta a la cabeza y se curró una encuesta de guasa sobre cuántas ganas tenía Ella de verle a él, poniendo en práctica la decisión que había tomado días atrás de ser más lanzado e irreverente con Ella, porque seguía convencido de que Ella pensaba en él, y con su nueva confianza en sí mismo ya no se iba a censurar más. Sin liarla, pero sin callarse, que fuera Ella la que reculase, o no…
Al cabo de unos minutos se acobardó un poco, y le volvió a escribir para hacer uso del «regalo» de la pregunta inesperada, y esta vez ya en serio se limitó a preguntarle si aún había veces en que se acordaba de él. Escasos minutos después, vibraba su móvil con una llamada Suya. Entre risas Ella le achacó que estaba muy crecido aquella tarde, y también entre risas él contestó que lo de callarse iba a quedar atrás, que en aquel verano fantástico solo faltaba un poco de picante. El resto de la conversación fue amigable y terapéutica, sobre lo bien que se estaba con la familia y sin preocupaciones, lo necesarios que eran unos días de paz interior y tranquilidad, y cosas así. Y él la animaba a seguir disfrutando, porque pensaba que Su situación laboral la tenía mucho más agobiada de lo que Ella quería reconocer. Pero quiso insistir, porque Ella le prometió que cuando hubiera novedades, él sería el primero en saber.
Y así, después de dos llamadas y un buen rato de conversación, él le escribió sonriendo un último mensaje recordándole que no había votado en la encuesta impertinente, Ella respondió que después lo haría y añadió uno de sus conocidos «no te prometo nada», a lo que él sentenció con otro de sus clásicos «malvada…».
Un rato después, a punto de empezar a cenar, se dio cuenta de que no había tenido el móvil encima y que su reloj estaba sin batería, así que echó un vistazo a sus mensajes por si se había perdido algo, y descubrió la hecatombe: cuarto mensajes de Ella que rezaban lo siguiente:
«Sabes q no nunca t prometí nada / No me compro / Y es lo q te dije / Vete a la mierda».
Se le cortó la respiración, se quedó estupefacto. ¿En serio le había mandado a la mierda? Aquello no cuadraba, no parecía la Ella de un rato antes sino la Ella descompuesta y frustrada después de una noche de demasiado alcohol. Él trató de mantener cierta calma y le preguntó por qué le decía aquello, y que no lo entendía. Pero mientras Ella empezaba a escribir, él ató cabos y se dio cuenta de que aquello no iba para él, que Ella se había equivocado de chat. Ella trató de responder pero no escribía bien, como si realmente estuviera pasada de alcohol, confirmando que aquellos mensajes no eran para él, que todo era complicado y, con una disculpa, prometió llamarle al día siguiente. Él no le negó que tenía la cabeza hirviendo, pero que suponía que ya le contaria Ella. Pero Ella ya estaba a la defensiva, bloqueada y desarmada, y él vio que no había más que decir ni aquella noche ni, probablemente, en mucho tiempo, y se despidió ofreciéndose al menos a escucharla si era lo que Ella necesitaba. Pero Ella rehusó, no valía la pena insistir.
Y así, de la peor manera posible, es como él descubrió que todo se había acabado, pero de verdad. Porque aquellos mensajes se parecían mucho a los que Ellos intercambiaron al discutir cuando estuvieron juntos, solo que esta vez no eran para él. Aquellos mensajes parecían hacer realidad aquella pesadilla recurrente en la que él quedaba totalmente apartado de Su vida. Porque, aunque no se atrevía ni a pensarlo, aquellos mensajes presagiaban que no iba a haber bourbon suficiente en el mundo para consolarle, porque no había océanos en el mundo capaces de absorber el diluvio de lágrimas que estaban por venir.
Porque, si él estaba en lo cierto, no era ya que Ella hubiera pasado página, era que directamente había cambiado de libro.
Pues él Igual
No dudó ni un segundo en enviarle un audio de la canción que sonaba en el bar en que él se encontraba, ya que era una canción que ya habían compartido antes y que Ella había publicado unos días atrás.
Más tarde, ya en su balcón, tuvo un momento de remordimiento, pero al final lo terminó aceptando: ¿Acaso Ella no le había enviado una canción especial apenas una semana atrás? Pues él igual.
Puta bida
Era curioso cómo a veces canciones inesperadas arruinaban todos sus esfuerzos. Como aquella misma noche en que, de forma totalmente aleatoria, Nickelback vino a recordarle que «intentar no amarla, solo le hacía quererla aún más«.
Puta bida.
Implacable
Estaba seguro de que Ella también pensaba en él. La canción de Coldplay que había elegido para felicitarle no había sido al azar, estaba claro; ni tampoco el mensaje de buenas noches con la palabra «Lover«, y mucho menos el acrónimo «IMU» con el que se despidió de él aquella noche. Ella había elegido un compendio de detalles y momentos realmente significativos de la relación que habían tenido, y aquello no podía ser casualidad, como tampoco la invitación al día siguiente.
Así que estaba seguro de que, en el oasis que suponía para Ella la playa, con todo el tiempo y sin las presiones, pensaba en él. Y claro, él se pasaba las horas ideando planes alocados, ingenuos y osados a partes iguales, para encontrarse con Ella antes de que los días de libertad de ambos se acabasen. Pero cuanto más osados y alocados, más irreales se volvían aquellos planes, por muy seguro que estuviera de que si Ella le llamaba, él no dudaría ni un segundo en salir corriendo a Su encuentro.
Por tanto, era momento de recuperar el control antes de que tanta fantasía les llevase de nuevo al borde del abismo de la soledad y la tristeza. Porque, aunque pensara en él, Su silencio implacable terminaría ahogando cualquier resquicio de llama que pudiera haber renacido. Retomar el control, bloquear todo, cambiar de música, evitar el balcón, no escribir más. Ser tan implacable como Su silencio.
Aunque, quizá, sí que escribiría algo, al menos durante unos pocos días más. Por si a Ella, en Su oasis, le daba por leerle mientras le pensaba.
Vuelta al silencio
Había pasado el fin de semana «mágico», todo había vuelto a la normalidad. Ella haciendo su vida a trescientos kilómetros de distancia, él tratando de mantenerse ocupado cada minuto para no pensar en Ella y obligarse a no escribir, tres semanas sin verse al menos, y el silencio.
Vuelta al silencio, al horrible, doloroso, criminal silencio.
Notificación
Notificación de llamada perdida de Ella: instante de corte de respiración, casi paro cardíaco, y rabia contra sí mismo por no haber tenido el móvil encima en aquel momento.
Le devolvió la llamada, y aunque al final fuera para un chisme sin importancia, la alegría que le produjo el simple hecho de que Ella quisiera llamarme ya fue enorme; escuchar de nuevo Su voz, sublime.
Luego pensó en el esfuerzo sobrehumano que le iba a suponer volver a bloquear todo lo que «sonase» a Ella, dejar de escribir sobre Ella, porque después de una noche y un día juntos y una simple llamada de chismorreo, saldría corriendo tras Ella donde fuese, se escaparía a donde Ella estuviera si se lo pedía. Incluso aunque no se lo pidiera.
Lo que fuera por aquellos ojos y aquellos labios.
Jodidamente maravilloso
Tenía toda la pinta de ser un pequeño paréntesis, pero la noche de su cumpleaños Ella volvió a ser Ella, él volvió a ser él, y juntos volvieron a ser como siempre: buscándose, mirándose, rozándose, teniendo que emplearse a fondo para disimular en medio de la gente. Muy a fundo, de hecho, para no besarse en algún momento concreto. No era el triunfo con que él soñaba, pero era un pequeño consuelo.
Lo mejor fue que al día siguiente Ella le invitó a pasar el día en Su piscina, y fue un día maravilloso. Ella seguía siendo Ella, él seguía siendo él, y se buscaron y se miraron, y aunque tuvieron que multiplicar las precauciones por mil, casi buscaron el momento para besarse. Al final el riesgo era demasiado alto, y se impuso la prudencia.
Así que cuando él llegó a su casa, decidió terminar por todo lo alto y le mandó la canción que tenía reservada desde hacía meses, y que había jurado que no le enviaría. Aunque al día siguiente Ella se marchase por un mes y volviera el silencio y la distancia, y él retomaste el plan de dejar de escribir y separarse del todo de Ella, aquel domingo jodidamente maravilloso bien merecía una buena canción.
Y, ¿quién podía asegurar que una conjunción cósmica e inesperada, igual que la del añorado 16 de diciembre, y un poquito de voluntad no les iba a colocar a ambos en los brazos del otro?
Soñar seguía siendo gratis.
Decisiones
Justo el día antes de su cumpleaños montaron una velada improvisada de la que al final, terminó sacando conclusiones muy esclarecedoras:
La primera: tal y como Ella se había organizado su verano, no iban a volver a verse en todo el mes que restaba de verano. Así que la secreta e ingenua esperanza de un encuentro a solas con Ella quedaba totalmente aniquilada.
La segunda: aquella misma tarde Ella había pasado la tarde sola en su piscina, atendiendo a sus perros, sabiendo que él estaba solo también. Habría sido una ocasión perfecta para pasar un rato a solas y dedicarse a hablar, al menos. Pero, a diferencia de algunos años atrás, el mensaje de «anda, ven» nunca llegó.
La tercera: más allá de una de sus discusiones metafísicas que nunca arreglaban nada salvo demostrar que eran un par de cabezones apasionados, no hubo ni rastro de su eterna e íntima complicidad: ni miradas, ni contactos, ni indirectas, ni leves roces de piel con piel, ni nada.
Y la última, y la peor: en los escasos minutos que estuvieron a solas, Ella le preguntó si él ya había reseteado. Podría haber interpretado aquella pregunta de mil formas diferentes, pero él solo pudo pensar en su intención de romper del todo con Ella, y aquella pregunta le sonó más a confirmación que a otra cosa, lo que terminó de hundirle en la más profunda miseria.
Así que, pese a que les quedaba la cena y celebración del día siguiente y Ella era tan imprevisible como un volcán, él comenzó su cumpleaños con la certeza de que Ella ya había decidido que el fin de su historia había llegado, y no le quedaba otra que retomar el proceso de «separación» definitiva, empezando por el cese de actividad de su Refugio. Tal y como había prometido, se reservaba un último día de su cumpleaños para escribir sobre Ella, pero sabiendo que después de aquel día se acababa.
Hasta donde él sabía había sido Su decidión. Ojalá ninguno de los dos tuviera que arrepentirse.
Como todos los años
Como todos los años por aquellas fechas, siempre le llegaba alguien preguntando que qué regalo le gustaría tener por su cumpleaños. Conseguida la ansiada estabilidad laboral, tenía que inventarse cosas como ser piloto por un día o viajar a lugares recónditos, porque su deseo más profundo no se lo podía confesar a nadie: aquel año, más que nunca antes, deseaba verla entrar a Ella por la puerta de su casa una última vez, y poder darle el final merecido al capítulo más largo de su vida. Un capítulo que se iba a cerrar justo al soplar las velas de su cumpleaños.