Casualidades cósmicas

Mientras se arreglaba para ir a una comida con antiguos compañeros que llevaba mucho tiempo esperando, pensaba que una pequeña e ingenua parte de él aún creía en aquellas casualidades cósmicas de las películas románticas que harían que ellos se encontraran cuando menos lo esperasen, y después de unas copas y unas risas y unos bailes, todo se arreglaría y volverían a quererse y a desearse como siempre habían hecho.

Lo que le entristecía de todo aquello no era la fantasía, sino que aquella parte de él era cada vez más pequeña y menos ingenua.

Furioso

Cita

Si ya había pasado toda la semana enfadado, el descubrimiento accidental que hizo en aquel momento le puso realmente furioso: volvía a casa tras una salida rápida con los auriculares puestos, como siempre, escuchando la playlist prohibida. Se trataba de una lista colaborativa que había hecho con Ella, en la que ambos iban añadiendo las canciones que le recordaban al otro. La última canción la había añadido él quince meses antes, y no había vuelto a reproducirla, ni a abrirla siquiera, desde que en el ultimo año nuevo se había hecho el propósito de olvidarse y alejarse de Ella.

Sin embargo, la noche anterior había decidido reproducirla de nuevo para que, enfadado y dolido como estaba, los recuerdos evocados por aquellas canciones le ayudasen a canalizar las palabras. Y cuando se puso los auriculares para el corto trayecto caminando aquella tarde, decidió que tampoco importaba tanto escuchar alguna canción más. Pero de pronto comenzó a sonar un blues desconocido, con una letra que parecía hecha para ellos dos. O, al menos, para los ellos dos de justo antes de la semana anterior. Consultó la app y vio que la canción la había añadido Ella (era la última, de hecho), y a pesar del año transcurrido sin escuchar la playlist, le extrañaba no reconocerla ni tener siquiera una mínima noción sobre ella o su cantante. Así que apretó el paso para llegar cuanto antes a casa, porque desde el ordenador sí podía comprobar la fecha en que se habían añadido las canciones a las diferentes playlists. Y justo ahí llegó el bombazo.

Ella había añadido la canción en abril de aquel mismo año, apenas unos meses atrás, cuando se suponía que ambos estaban en «proceso de alejamiento», pero no se lo hizo saber a él de ningún modo, y como él se había «prohibido» la playlist, no pudo reparar en ello. ¿Cuánto habrían podido cambiar las cosas entre ellos si Ella se lo hubiera dicho? ¿Cuántas noches de bourbon y lágrimas, cuantas tardes de soledad y pesar, cuántos días de arrastrar los pies y sonrisas forzadas, cuántos meses de luchar contra sí mismo y de aplastarse el corazón se podía haber ahorrado? Habría bastado que Ella no hubiera sido tan jodidamente hermética por una vez y se lo hubiese confesado, porque un «sigo pensando en ti, sigo escuchando nuestras canciones» no habría cambiado nada en realidad, pero habría sanado mucho. A los dos.

Pero no se lo dijo, y él no tuvo forma de descubrirlo por su cuenta. Así que siguió tratando de ajustarse al estúpido plan de «fin de trayecto» que le robaba la vida y comportándose como si ya no La quisiera, como si no pensara en Ella a diario. Hasta que llegó el descalabro de agosto y Sus mensajes que al final sí eran para él, y algo por dentro se le rompió. Y de ahí a Su operación y casi dos meses sin verse y ni cruzar palabra, hasta el sábado anterior y la catástrofe definitiva.

Con aquel maldito blues sonando en sus auriculares en bucle, estaba tan furioso que incluso le dolían las sienes, pensando en la cara de imbécil que tendría en ese momento al releer las gilipolleces que había escrito la noche anterior y por la mañana sobre orgullo, cabeza alta y mierdas así. Dos veces había cogido el móvil para llamarla y pedirle explicaciones por una puta vez en la vida, y dos veces lo había soltado. Total, ¿de qué iba a servir a aquellas alturas? Con la sangre ardiendo por las venas era propenso a decir algo indebido, y no podía permitirse aquel lujo. Total, se iban a ver en dos semanas en un cumpleaños de alguien en común, así que mejor esperar, mantener el plan de silencio absoluto y enfriarlo todo para corroborar si lo de aquella canción había sido solo un espejismo de meses atrás. Más que nada, para tirar del renacido (y absurdo) orgullo y convencerse de que había sido Ella quien le había perdido a él, y no al revés.

Así que para tratar de calmar su furia, y aún a sabiendas de que era domingo por la tarde, puso la app en modo aleatorio dentro de la playlist prohibida, agarró la botella de bourbon y abrió la puerta del balcón, deseando con todas sus fuerzas que, por una sola vez, Ella leyera aquel testamento que acababa de escribir.

Orgullo

Por primera vez en muchos, muchos años, se preguntó qué cojones hacía allí sentado en el balcón con el bourbon en la mano y los auriculares atronando canciones que solo lograban encabronarle más y más. Por más que supiera que no iba a pasar, seguía sin comprender que tras una semana no hubiera habido ya no una llamada, sino un simple mensaje. El puto crío ingenuo que aún vivía dentro de él se empeñaba en creer que Ella estaba dejando pasar los días para que todo se enfriase antes de dar el paso de intentar la reconciliación; el adulto desengañado y decepcionado de todo en que se había convertido sabía que Ella había enterrado el cadáver y había dado el problema por zanjado, como un secuaz cualquiera de Tony Soprano, y había seguido con su vida con total normalidad. Porque aunque en un día de conciertos, de entradas y salidas, habría sido muy fácil un «vente a ver el concierto y tomamos algo» con el que suavizar las cosas, parecía más sencillo mirar para otro lado y hacer como si nada. O quizás porque realmente no Le importaba, quién podía saberlo.

Y sin embargo, y a diferencia de todas las veces anteriores, en aquella ocasión Ella había provocado un efecto inesperado, resucitando algo que llevaba dos décadas desaparecido: su orgullo. Aquel orgullo que le mantenía el ceño fruncido y los dientes apretados, aquel orgullo que le obligaba a mantenerse firme y en su sitio, a no dejar traslucir ni media debilidad mientras no hubiera reparación, que le aseguraba que por muy fuerte que le dieran nada podría derribarle. Aquel orgullo que gritaba que Ella terminaría por perderle del todo si no intentaba arreglarlo.

A fin de cuentas, solo Ella tenía algo que perder de todo aquello, si es que él aún le importaba algo. Porque él, salvo una pizca de dignidad y su resucitado orgullo, ya lo había perdido todo.

Silence does

«Distance doesn’t separate people. Silence does». Esa era ls cita que su red socual le recordaba haber publicado hacía justo un año. Qué casualidad.

Silencio era lo único que había, lo unico que iba a quedar. Pero esta vez, por ambos lados.

Sobrepensador

Por extraño que pudiese parecer al viajar cuatro personas juntas, en aquel coche solía reinar el silencio, lo que terminaba siendo criminal para un sobrepensador como él.

Si es era duro estar dándole vueltas a la cabeza en las innumerables horas de soledad de cualquiera de sus días, hacerlo también cuando estaba acompañado era simplemente agotador.

Reina del Caos

A medida que iban pasando las horas y las jornadas, el enfado y la frustración empezaban a dejar paso, como siempre, a la tristeza y la resignación. También como siempre, Ella tendría otras cosas más importantes o más urgentes que atender que una llamada para arreglar las cosas con él.

Pero su tristeza y su resignación no venían de no ser importante para Ella, eso ya lo tenía asumido hacía tiempo; se sentía triste y resignado por no ser capaz de dejar de amar a alguien tan maravillosa y dañina al mismo tiempo, tan fuerte y tan rota, tan pasional y tan incapaz de gestionar sus sentimientos.

Aquella era su condena, amar eternamente a la Reina del Caos.

Límites

Había estado esperando Su llamada todo el día, por más que supiera desde el mismo momento en que Ella se lo dijo que la llamada no iba a llegar. Exactamente igual que sabía que el centenar de conversaciones que tuvo en su cabeza con Ella quedarían en cero, una vez más.

Pero esta vez tomó nota, esta había sido la gota. Esta vez fijó unos límites que no iba a permitir que nadie rebasara. Nadie.

Ni siquiera Ella

Sofocón

Aquello se iba a convertir en un punto de inflexión, pero de los de verdad. Porque a Ella se le había ido la cabeza, y el comentario más bien intencionado que él podía hacer, lo había convertido en una ofensa, o vete tú a saber.

Y él, por primera vez en años, se dio cuenta de que no tenía por qué pagar Sus platos rotos, cuando lo único que ansiaba era estar cerca de Ella y cuidarla y apoyarla como siempre, pese a sus propios propósitos de alejarse y bla bla bla.

Así que, tras un inconcebible momento en que él se vio mandándola a Ella al carajo y dejándola con la palabra en la boca, se vieron discutiendo otra vez sin sentido ninguno en vez de hacer las paces, porque Ella no atendía a razones. Y él se sintió herido, furioso y hastiado, hasta el punto de marcharse casi sin despedirse. Al fin y al cabo, llevaba toda su vida aceptando que el resto del mundo, Ella incluida, pagase sus frustraciones con él, y su vaso ya rebosaba más que de sobra. Así que, con el corazón más roto que nunca, puso rumbo a casa apretando el paso, haciendo acopio de toda la dignidad que le quedaba.

Porque el sofocón, la llorera y la noche sin dormir no se las iba a quitar nadie.

Super oído

Había sido una noche extraña. Tanto por la compañía como porque cuando ya tenía decidido que se iba, escuchó Su voz entre la multitud. Un rápido vistazo confirmó que era Ella, sentada en la barra casi detrás de una columna. No la había visto entrar, pero no debía de llevar mucho tiempo allí, y se preguntó cómo no se había percatado de Su llegada. De hecho, de no ser por su súper oído, ni siquiera se habría dado cuenta de que estaba allí.

Se debatió entre acercarse a saludar o disimular, y optó por lo segundo. Si se acercaba, se le presentaría la tentación de quedarse con Ella, y aparte del cansancio y de las cervezas que ya llevaba, no se sentía con fuerzas para enfrentarse a otra velada con Ella fingiendo que nada le importaba. Así que eligió justo el ángulo en el que la columna le tapaba, pagó sus consumiciones y salió con su acompañante sin mirar nada más que a la puerta, cruzando los dedos para que las personas que estaban con Ella no le reconocieran y Le avisaran.

Volvió a casa preguntándose cómo habían llegado a aquel punto, cómo las decisiones de ambos los habían llevado a evitarse en lugar de buscarse. Se maldijo a sí mismo por el puto contacto «medio-cero», y decidió acabar aquella noche con hasta la última gota de sus reservas de bourbon, porque no quería ni siquiera escribir sobre ello.

Y mientras se tambaleaba camino de la cama, la maldijo también a Ella por seguir siendo «su Ella», pero mucho más a su super oído por terminar de arruinar una noche que ya empezó torcida.

Nada en que pensar

Estuvo a punto de caer en la tentación de pasarse todo el domingo pensando en Ella y en si algo habría cambiado tras Su insistencia en que quedaran un rato en el bar de siempre a tomar algo.

Pero se contuvo, porque la respuesta era no: si hubiera cambiado algo, Ella se lo habría dicho.

Así que nada en que pensar, excepto en volver a encerrarse en su caparazón para no sentir, y en seguir buscando un camino por otro lado.