La decisión estaba tomada: no podía seguir revolcándose en recuerdos y aniversarios, no podía continuar anhelando quimeras, pretendiendo ver señales en algoritmos y casualidades, conformándose con las migajas que caían de una mesa vedada. Por no poder, no podía ni siquiera permanecer encerrado en un Refugio que, en realidad, le atrapaba en un bucle de tristeza y melancolía que le impedía avanzar.
Así que ya estaba decidido, con el año nuevo tocaba golpe de timón. Con todo lo que ello supusiera.
Partido
Aquella semana se le estaba haciendo más dura de lo habitual, los recuerdos de justamente un año atrás habían asediado su razón hasta lograr rendirla, y se había zambullido de cabeza en releer las conversaciones, reescuchar las canciones y revivir los momentos, a la espera de que llegase el 28D, la fecha en que se entregaron el uno al otro por primera vez, la fecha en que supo por fin lo que era la auténtica felicidad.
Pero entre medias del atracón de añoranza y melancolía, se dio cuenta de que, por muy aferrado que estuviera a sus recuerdos, por mucho que Ella siguiera dando signos de tener sentimientos por él, no entra sentido continuar removiendo aniversarios: Ella había tomado sus decisiones y no le incluían a él ni como pareja, ni como amante y casi ni como amigo, y él tenía que continuar. No podía empeñar otro año en esperar más milagros, el balón estaba en Su tejado, si es que Ella decidía que el partido casi eterno entre ellos no recibirse el pitido final.
Renunciar
Pese al frío atroz, el resfriado monumental que padecía y después de haber pasado toda la tarde con Ella, aquella noche de aniversario obligaba a sesión de balcón, bourbon y auriculares con Sus canciones. Y, en medio de la montaña rusa que cabalgaba entre la pena, la impotencia, la rabia y la resignación, le dio por pensar que juraría olvidarla y renunciar por completo a cambio de tenerla a Ella una sola vez más entre sus brazos, entre sus labios y entre sus sábanas.
Pero en el fondo sabía que se engañaba a sí mismo, porque nunca podría renunciar a Ella. De hecho, de lo que sí sería capaz era de volver a pasar por el infierno de los últimos seis meses con tal de estar con Ella una última vez.
16D
Había llegado la fecha, la que tanto había temido: justamente en aquel día de un año atrás, se habían encontrado de manera casi fortuita, se habían divertido, y de camino a casa, se habían besado; aquel día de justo un año atrás se había puesto en marcha lo que hubo entre ellos, habían comenzado los mejores y más intensos meses de su vida; aquel día de justo un año atrás habían comenzado los mensajes de buenos días, las canciones, los encuentros en su casa, la lencería especial, los planes y los sueños; aquel día de justo un año atrás, su sueño comenzaba por fin a hacerse realidad.
Pero, a pesar de los buenos recuerdos, aquel 16D se sentía más triste que nunca, porque precisamente aquella fecha le recordaba que YA había pasado un año, que todo entre ellos se habia terminado, que volvían a ser casi dos extraños con una atracción imposible, que su vida continuaba girando sin rumbo, totalmente a la deriva.
Aquel día le recordaba que había pasado un año de tocar el cielo con las yemas de los dedos, y de haber vuelto a caer al más profundo de los infiernos.
Estado
De casualidad vio un estado que Ella había publicado que rezaba: «cuida lo que te hace feliz». Lo pensó durante un instante, y se preguntó cómo se podía cuidar algo que no sé tenía, y que no se podía tener.
Porque lo único que a él le hacía feliz era Ella.
Máscara
Había días en que cosas muy sencillas podían suponer grandes logros, y en aquel día algo tan simple como levantarse de la cama ya se convirtió en una gran victoria. No solo por el cansancio de su cuerpo, la falta de suelo o el dolor de cabeza y garganta, sino sobre todo por el peso de la tristeza en su corazón.
Por eso, ser capaz de llegar al trabajo, volver a colocarse su máscara y sonreir a las veinticuatro criaturas que le esperaban para otra jornada escolar ya le supuso uno de aquellos enormes logros.
Empeño
Había puesto tanto empeño en mantener su cabeza en blanco todo el domingo, que cuando llegó la noche su subconsciente tuvo que compensar: pasó toda la noche soñando con Ella.
Si ya era malo un lunes después de un largo puente, comenzarlo lleno de tristeza, añoranza e impotencia lo convertía en una tortura. Y más sabiendo que, con las fechas que se acercaban, sería complicado tener contacto con Ella. Y con la de recuerdos que se le venían encima…
Injusticia
Se le habían acabado las palabras, ya no sabía cómo describirla: Sus labios rojos a juego con los botines de Dorothy, aquellas piernas increíbles bajo la minifalda imposible, el supuesto dedo deforme…
Y la injusticia tremenda de saber que estaba fuera de su alcance, por mucha conexión que continuara existiendo entre ellos. Daba igual cuánto bourbon añadiese a la ecuación, la incógnita nunca iba a dejar de tender hacia infinito.
Solo agria
Una vez más, estaba a punto de salir para ir a Su encuentro. Y como siempre, tenía aquella sensación agridulce de poder pasar tiempo con Ella, de que le mirase como solo Ella sabía hacer, de que en algún momento sus pieles y sus cuerpos entrasen en contacto y él se deshiciese por dentro; pero también tendría que disimular, mantener las distancias y fingir.
Y aunque sabía que la sensación agridulce se tornaría en solo agria cuando se separasen y volviese solo a casa, sin haber podido gozar de sus labios o sin un «say when», su adicción a la parte dulce hacia imposible resistir. Ya se odiaría por ello al día siguiente.
Muy lunes
Después de un lunes muy lunes, largo y agotador y de un intercambio de mensajes breve, seco y un poco forzado, se concedió el pequeño lujo de relajar sus defensas y pensar en Ella, de preguntarse si su sospecha de que Ella le echaba de menos más de lo normal en los últimos tiempos podía tener algún fundamento, de si Ella quería pero no se atrevía, de qué haría él si llegaba el mensaje soñado de «cuando podemos vernos?»
Y para terminar la fantasía, se permitió recordarla entrando en su casa, con un simple vestido ligero «para ponérselo fácil», haciendo crujir su cama como si hubieran decidido desintegrarla, abrazados en un mar de ternura y calma después, con los ojos entrecerrados.
Apagó la luz y se dejó llevar. Aquella noche de lunes volvería a rendirse a Ella, porque no había nada como aquellos recuerdos. Porque no había nadie como Ella.