Caminaban el uno junto al otro, como tantas y tantas noches, con Sus rizos indomables balanceándose con cada paso y una sonrisa en Su boca. Se acercaban cada vez más, él dudaba por si alguien reparaba en ellos pero Ella se colgaba de su brazo y le decía que no se preocupase, que no había peligro alguno. Él seguía mirando desconfiado a todas partes, pero Ella continuaba asegurando que no pasaba nada, y con Su mano libre acariciaba su mejilla hasta sujetarle por la barbilla y le besaba, con aquella suavidad intensa que solo Ella sabía impregnar a Sus besos. Y el mundo entero se detenía de nuevo.
De no estar viendo el techo de su habitación en mitad de la noche al abrir los ojos habría jurado que aquella breve escena había sucedido de verdad, porque aún podía notar el tacto de Sus dedos en la barbilla y el roce de Sus labios en la boca.
Maldito subconsciente, que no dejaba de hacerle soñar con lo imposible; maldita memoria, que le impedía olvidar sus sueños.
Un par de alas
A punto de irse a la cama, con la sensación de haber desperdiciado el tiempo y el bourbon, reparó casi de casualidad en una de aquellas notas temporales que no solía ni mirar, y que desde luego nunca había visto usar a Ella. Al pulsarla, sonó un fragmento de una canción que hablaba de la imposibilidad de volar y de escapar, y del ansia por saltar y sobrevivir. Eran exactamente las mismas palabras que él ya le había insinuado en más de una ocasión, las mismas palabras que le dedicaba en aquella conversación imaginaria que tantas veces había tenido con Ella sobre Su burbuja-jaula, y como en algún momento tendría que dar un cambio a Su vida y buscar un nuevo camino en el que pudiera ser feliz de verdad.
Y, mientras miraba su vaso con el último trago de aquella noche, frunció el ceño y maldijo para sus adentros, porque Ella ahora quería volar, pero había apartado de Su lado a un piloto experto y cualificado que le habría enseñado y ayudado a romper con todo y surcar los cielos a Su antojo, que le habría tomado de la mano y saltado con Ella sin dudarlo ni un segundo.
Dejó la canción a la mitad porque no le gustó una letra que podría señalarle a él como parte del problema y no de la solución en el hipotético caso de que aquel fragmento de canción tuviera algo que ver con él, cosa que le parecía francamente improbable. Apuró el bourbon y se fue a la cama negando con la cabeza y apretando los x dientes: no le iba a dar más vueltas, aquello no tenía nada que ver con él, o Ella se la habría mandado directamente. Lo iba a obviar, como llevaba toda la semana obviando que se había equivocado al confirmar su asistencia a una fiesta a la que no debía ir, solo por estar cerca de Ella, y de la que volvería frustrado y decepcionado.
Y aún así, después de que una vez más fuera Su cara lo último que pasase por su cabeza antes de quedarse dormido, volvió a coger el móvil y le envió un par de alas.
Imagen
Daba igual cuánto se esforzara, cuánto se opusiera, cuánto intentaea distraerse: cuando estaba en el filo entre la vigilia y la somnolencia, la última imagen en su cabeza seguía siendo la misma.
Y después de dos décadas y con la situación actual, aquella imagen empezaba a parecerse más a una espina que a una flecha en su corazón.
Suceso
Había renunciado a un plan prometedor y largamente ansiado con tal de pasar un rato cerca de Ella, y cerciorarse de que Se emcontraba perfectamente. Ella, aún sin saberlo, le cobsequió con más bromas privadas, más miradas íntimas y más conversaciones en clave de la cuenta, y él se sintió todo lo dichoso que se podía sentir con aquella atención sobrevenida.
Pero entonces ocurrió el único suceso en el mundo que podía apartarle de Ella, y él no dudó en asumir su responsabilidad, por más que tratase de explicarle a Ella y justificar sus acciones.
Al final, terminó más necesitado que nunca de su balcón, su música y su bourbon. Porque, por más que su decisión fuera la única correcta y posible, no podía evitar la rabia y la amargura de haber tenido que salir corriendo en la única noche del último año en que Ella parecía volver a ser la Ella que él añoraba. Ojalá que las lágrimas que empezaban a desbordar sus ojos trajeran la pizca de paz y consuelo que tanto necesitaba.
Reel
Aprovechaba la más mínima oportunidad para dejar la mente en blanco, para no pensar, para dejar que los días se fuesen quemando uno a uno hasta que llegase el verano y fuera momento de tomar decisiones «de las de verdad». Por eso no había escrito sobre todo lo que pasó con Ella el sábado anterior, ni sobre la pelea a puñetazos en plena calle, ni sobre sus dolencias físicas, ni sobre el desastre de oposiciones que se avecinaba, ni sobre el asfixiante y horroroso clima que vivía en su centro de trabajo, ni sobre el insomnio crónico que padecía, ni sobre la tristeza absoluta y apatía que le aplastaban, ni sobre nada. Sólo no pensar, solo quemar días.
Pero de repente, en los ratillos en que se relajaba y bajaba la guardia siempre había algo dispuesto a colarse y retorcerle la entrañas, y aquel día fue un «reel» de aquellos que el maldito algoritmo le lanzaba a bocajarro constantemente, y fue uno de los que le hizo daño porque se lo podía haber escrito él a Ella con todas y cada una de las letras, porque cada palabra de aquella porquería de reel era una puñalada de realidad. Así que, pese a los días de resistencia, se colocó los auriculares, se abrió una cerveza y se puso a transcribirlo en su Refugio, porque justo en un día en que ellos dos habían celebrado su 40 cumpleaños juntos varios años atrás, aquella birria de reel tenía más sentido que nunca:
«quiero dejar de amarte, como tú has hecho conmigo.
cada día trato de no echarte de menos, de dejarte ir.
pero, al final, de una manera u otra, a veces, por un mínimo detalle, sigues estando en mi mente.
quiero olvidarte, como tú has hecho conmigo,
pero, en el fondo, estoy esperando que vuelvas.»
Ni siquiera estaba bien escrito, y no tenía ni idea del autor, pero estaba seguro que quien hubiera plasmado en papel aquellas letras, había sido capaz de escudriñar en lo más profundo de su alma. Porque quizá Ella no hubiera dejado de amarle o le hubiera olvidado como él sospechaba, pero sí que lo empujaba continuamente a las afueras de Su vida.
Así que después de escribirlo, apurar la cerveza y sujetarse las lágrimas como pudo, apretó los dientes y encendió la radio para intentar mitigar la rabia que sentía: rabia no por el poema, sino porque una vez más sabía que le iba a faltar el valor para enviárselo a Ella, igual que con las decenas de reels que ya había guardado antes.
Mierda de reel
Virus
Pilló un virus de estos tontos que le mantuvo un par de días en casa con fiebre alta, y no pudo evitar acordarse de un año atrás, cuando se contagió de gripe. Ella se empeñó en ir a verle, y aunque él trato de oponerse por miedo a contagiarla, no pudo evitar que Ella se presentara, que se abrazaran y se besaran. Porque en aquel momento, ninguna medicina del mundo le sanaría más que el abrigo de Sus brazos y la ternura de Sus labios.
Obviamente, Ella se contagió, y cuando se vieron en público hablaban de la casualidad de que hubieran pillado la enfermedad casi a la vez, todo entre miradas cómplices y mariposas en el estómago. Porque, para él, nada podía resultarle más romántico que el hecho de que Ella hubiera decidido arriesgarse a un contagio solo por estar con él.
Un año después pasaba su virus solo, amargado y preguntándose cómo podía cambiar tanto la vida en el trascurso de tan solo doce meses.
Banda sonora
Después de una noche de sábado desastrosa, se sentó en su balcón con un más que generoso bourbon dispuesto a dar rienda suelta a sus emociones y transportarse a torres inclinadas y duomos.
Y sin embargo, le fallaba la banda sonora. A pesar de tener cientos de canciones guardadas sobre amor o desamor, no encontraba ninguna que hablase de indiferencia. Porque, una vez cumplidos todos los aniversarios, y salvo algún momento muy puntual, lo único que había recibido en el último año había sido indiferencia. Real o fingida, pero indiferencia al fin y al cabo.
14 de mayo
Aquel 14 de mayo iba a ser el último «aniversario» que iba a recordar, antes de volver a poner todos sus esfuerzos en alejarse y dejar de pensar en Ella de una vez por todas. Porque, salvo un beso interrumpido que se dieron un mes después en la piscina, aquel 14 de mayo de 2023 fue la última vez que estuvieron juntos, la última vez que Ella entró por la puerta de su casa, la última vez que se entregaron por completo el uno al otro.
Las lágrimas que Ella dejó calladamente en su almohada ya presagiaron que algo se rompía, que se iniciaba una cuesta abajo de la que nunca se recuperarían, que aquella historia había llegado a su fin. Y aunque mantuvieron las formas un tiempo, un silencio desgarrador se fue colando por las rendijas hasta llenar por completo el espacio entre ellos. Día tras día, semana tras semana, mes tras mes, hasta convertirlos de nuevo en dos extraños con recuerdos, dos extraños que en las pocas ocasiones en que coincidían eran incapaces de dejar de mirarse, de dejar de desearse, pero también incapaces de hablar.
Así que sí, se iba a permitir recordar aquel 14 de mayo durante toda la jornada en la que además, no tenía que trabajar. Porque aquel 14 de mayo fue en día en que Ella decidió que no estaría nunca mas con él, convirtiendo aquella fecha en el mejor-peor día de su vida.
Y, para colmo, fue domingo.
Presión
Había pasado toda la semana como un zombi, esforzándose por no pensar, por no sentir, por no vivir,intentado zafarse de aquella presión en el pecho que le robaba el aire y le impedía sonreír. Pero era sábado noche, y después de haber estado todo el día solo, no quería meterse en la cama con aquella sensación de derrota y de abatimiento. Así que agarró los auriculares, se sirvió un vaso bien largo de bourbon y se sentó a contemplar la ciudad en la noche.
No pudo evitar buscar con la mirada aquellas luces de navidad que tantas veces había contemplado en el balcón de un vecino, y que tanto le habían consolado y animado a mantener una mínima esperanza, una chispa de ilusión. Pero ya no estaban.
Aquellas luces, como tantas cosas en su vida, como tantas palabras y promesas, hacía meses que estaban apagadas.
«I don’t believe you»
Estaba ya metido en la cama cuando reparó en una notificación de una de las apps de almacenamiento de fotos de su móvil, la típica de «hoy hace un año de…» Y de entre las fotos y memes que se habían guardado en la app doce meses antes, destacó una foto de Ella, concretamente de su outfit, porque aunque no se le veía la cara, podía reconocer aquella figura, aquel ombligo y aquella mariposa tatuada entre un millón de personas. El caso es que le extrañó tener aquella foto, y no se le ocurrió mejor idea que la de entrar en el chat privado que compartían y volver a los mensajes que se habían cruzado justo un año atrás, para ver si se la había enviado Ella. Y claro, fue un grave error…
La foto estaba allí, era su outfit para las cañas. Y también estaban sus mensajes anunciando que llegaba a su casa y asegurándose de cuál era el piso, y entonces recordó que aquel día habían estado juntos, que habían hecho suplicar piedad a su cama, que se habían tomado las cervezas después, que se habían escrito a lo largo de todo el día, que se pensaban el uno al otro sin poder evitarlo.
Y mientras hacía fuerza por contener las lágrimas, de entre las 241 canciones que había en la playlist, salió aquella de P!nk que decía «I don’t believe you», y se le cayó el mundo encima. Porque como había leído apenas un rato antes, las personas son lo que hacen, no lo que dicen.