Así era como le trataba la vida: apenas veinticuatro horas después del último y definitivo intento, de despedirse de Ella y de decidir girar a un nuevo rumbo, su flamante travesía se había desintegrado y desaparecido en sus narices.
No es que aquello cambiase mucho su situación, Ella ya le había degradado al mismo nivel que al común de los mortales, pero que la trascendencia de sus decisiones le durase poco más de un día le parecía una broma de mal gusto.
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Avanzar
Lo había hecho al final, le había escrito para decirle que no podía esperarla más, salvo que Ella se pronunciase en contra. Quizá había sido un arrebato y un error, pero lo cierto era que Su mensaje sobre su canción había estado revoloteando y clavando su aguijón durante todo el fin de semana, escapada incluida, como una avispa cabreada. Y aquello no era bueno para nada, mucho menos aún para la decisión que tenía que tomar.
Así que no se lo pensó demasiado, ni siquiera lo adornó, fue directo al grano, y se lo puso tan fácil como pedirle solo un monosílabo como respuesta. No necesitaba mucho más.
Quizá todo aquello quedase en nada, como cuando Ella le había dicho aquella misma frase de ya no puedo esperarte más un 30 de diciembre de seis años antes. Pero el necesitaba avanzar, necesitaba soltar lastres y mochilas inútiles y quedarse solo con lo necesario, y para ello precisaba Su ayuda: o caminando de su mano sin temor, o permitiendo que esas manos se soltaran del todo.
Error o no, le daba igual porque tenía que avanzar. Que el karma lo arreglase todo cuando tocara.
Cosas
Podría haber sido una cualquiera de las decenas de veces que a él la vida le arrojaba a la cara algo que le recordaba a Ella, y tras la que ya iba controlando el ansia por escribirle y contárselo. Pero en aquella ocasión fue a Ella misma a quien se le apareció la canción especial de ellos dos donde y cuando menos esperaba, y no pudo o lo quiso reprimir el impulso de contárselo a él brevemente.
Tras el primer momento de emoción a ver un mensaje Suyo, él se vino abajo sin saber qué decir, porque mientras él luchaba por dejar de pensar en hilos rojos, destinos y amores inmortales, Ella lo resumía todo con la palabra «cosas» (que pasan, suponía él que terminaba el escueto mensaje). Y cosas se parecía muy poco a te echo de menos, o a sigo pensando en ti, aunque no lo diga.
Pero, aunque él ya no estaba para irse conformando con premios de consolación, cosas era más que nada, y Ella le había escrito de nuevo. Quizá porque, para alguien tan hermético como Ella, aquellas cosas significaban mucho, y eran solo con él.
Recordarse
Lo había dicho muchas veces, pero esta vez era de verdad: estaba a punto de rendirse con Ella, de rendirse del todo. Porque si se les pasaban días y semanas sin cruzar una sola palabra o un mensaje, ¿cómo demonios iban a mantener o recuperar su intimidad? Si ni siquiera les daba para mantener la amistad que se suponía que había entre ellos desde hacía dos décadas…
Así que no quedaba otra que asumirlo de una vez, si no llegaba un milagro, como la canción de Bon Jovi, lo único que les iba a quedar era recordarse, como en la de Lady Gaga.
A lo bonzo
Lo más probable era que estuviese equivocado, pero para un conspiranoico como él no podía haber sido casualidad que, justo después de decirle dónde estaba y que tenía compañía, Ella apareciese en ese mismo bar el sábado anterior. Y gracias a estar todo el domingo carcomido por la duda, empezó a barajar una idea bastante osada que había descartado días atrás. No se había atrevido a hacerlo porque podría suponer el fin definitivoa de su historia con Ella, cosa que le aterraba. Pero también era cierto que, si se iba a embarcar en una nueva travesía de la que posiblemente no habría vuelta atrás, tenía que tener la certeza de que no se la iba a encontrar a Ella en el umbral de su puerta tras sonar el timbre.
Así que así estaba, tratando de decidir si se quemaba a lo bonzo para renacer de sus cenizas como el fénix de su hombro, o si se limitaba a seguir sosteniendo la cerilla de una hoguera sin gasolina hasta que terminase por quemarse los dedos.
Griterío
Por primera vez en mucho tiempo, le había dicho que no. Preveía que aquella situación iba a ocurrir, él ya tenía otros planes, y no eran compatibles. Y alguna vez tenía que ser la primera.
Aunque había estado tenso todo el día por si se confirmaban sus temores, al ver que pasaban las horas y no había contacto de Ella le entristeció un poco, pero le relajó mucho más, puesto que se parecía que se iba a evitar el disgusto. Pero no, ya bien entrada la noche llegaron primero Sus mensajes para reunirse con el grupo con que Ella iba, que él no leyó por una confusión con su reloj, y unos instantes después Su llamada: al principio pensó en no contestar, pero lo hizo. Tal y como se había temido, Ella le animaba a reunirse, pero él declinó la oferta sin querer dar detalles de que estaba en otra compañía y no era posible, cometiendo además el error de contarle el local habitual en que se encontraba. Ella no insistió, se despidieron cordialmente, y él volvió a su silla inventando una excusa para la llamada y tratando de asimilar que no iba a verla aquella noche y que no había forma de cambiarlo.
Pero apenas quince minutos después, Ella y sus acompañantes aparecieron en el mismo local, y él se quedó petrificado. No le vieron al llegar, pero justo cuando pensaba que pasaría desapercibido, repararon en él. Tocaron saludos y presentaciones que no estaban previstos, y un momento violento en que ninguno de los dos sabía qué decir o hacer. Él no les ofreció que se sentaran a su mesa (tampoco tenían sillas para ello), y Ella decidió que mejor se iban a otro sitio. Y él se sintió fatal, primero por no poder pasar un rato con Ella con lo poco que se veían, y segundo porque parecía que la estaba traicionando.
Así que disimuló cuanto pudo, acortó la velada con su acompañante al máximo fingiendo cansancio, y en cuanto se vio solo Le escribió para ver si Ella seguía por ahí. No obtuvo respuesta. Y como no podía acallar el griterío de su corazón, se plantó en el último al que Ella se había dirigido. Pero ya no estaba, obviamente.
Tumbado en la cama dos horas después, trataba de decidir si estaba más triste, confundido, arrepentido o enfadado, porque ni era capaz de dejar de amarla, ni era capaz de pasar página, ni encontraba el valor para luchar por Ella y demostrarle que Ella le necesitaba tanto a él como él a Ella.
Doscientos
Ver un estado de Ella en el que publicaba uno de aquellos memes y reels sobre conexiones que él tenía guardados en Su colección para enviarle, y que nunca le envió…
Uno de los casi doscientos memes y reels que tenía guardados para Ella, y que posiblemente había Ella había publicado sin tener nada que ver con él…
No se atrevió ni a reaccionar. Puta mierda de memes y de reels.
Incorruptible
Y allí se encontró, después de un millar de tribulaciones y comeduras de cabeza, de imaginar conversaciones, tormentas y cataclismos, sentado frente a Ella tomando una cerveza como tantas veces. Y volvió a deleitarse con Su voz y con Su risa, y se embriagó de Su perfume cada vez que una racha de aire se lo regaló, y se maravilló con Su belleza, y casi se electrocutó con las chispas de Sus ojos en cada ocasión que sostuvieron las miaradas como siempre, pese a las gafas de sol de ambos.
Pero lo que le volvió a traspasar de arriba a abajo fue la certeza incorruptible de que, pese a todos los problemas, pese a que su propio camino empezaba a torcer en dirección opuesta, seguiría dejándolo todo y enfrentándose a todos si Ella se lo pudiera. Lo suficiente como para ponerse a escribirlo dos días después.
El único problema era que Ella no se lo pedía y, probablemente, nunca se lo iba a pedir.
Simplemente ella
Iba a la aventura buscando un sitio donde poder sentarse a cenar algo tras una supuesta ruta cultural bastante desastrosa, cuando a través del ventanal de un restaurante La vio. Y el mundo se detuvo por un instante.
Mientras que todo se quedaba congelado a su alrededor, un millón de cosas cruzaron por su mente a la velocidad del rayo, como que estaba sola con su «guardián» en lugar de con la gente con la que dijo haber quedado horas antes en el chat de los amigos, o que ninguno de los dos había hecho el más mínimo intento de quedar para verse y tomar una simple cerveza aquel fin de semana, o incluso que el pelo liso, por muy bien que le quedase, la hacía no parecer Ella.
Pero tras ese millón de cosas en un momento, cuando el mundo se descongeló él volvió la cara y rogó para que Ella no le hubiese visto, y deseó con todas sus fuerzas salir pintando de allí. Incluso cuando su acompañante le preguntó que si entraban, él inventó una excusa burda para evitarlo: no se sintió con fuerzas para plantarse ante Ella, para tener que fingir que no la había visto desde fuera, para sonreir y decir que todo estaba bien. Le aterró la idea de tener que hacer las presentaciones, de que a alguien tuviera la ocurrencia de proponer que se sentasen juntos, de servirle a Ella en bandeja la excusa prefecta para terminar de cortar por lo sano. Porque sí, aquella sospecha que le rondaba sobre que Ella ya había pasado página, se le hizo aplastantemente grande de repente.
Porque si había algo para lo que aún no estaba preparado, era para enfrentarse al hecho de que a Ella hubiera decidido convertirse de una vez en simplemente ella.
Su indiferencia
Hasta donde él sabía, Ella iba a salir con amigas aquella noche de sábado. Habría sido una ocasión prefecta para provocar un encuentro «fortuito», y gozar de la tranquilidad de pasar un rato juntos sin tener que disimular demasiado, de poder mirarse y rozarse cuanto quisieran, de reducir las distancias al mínimo, como aquel 16 de diciembre mágico. Y quién sabe qué más podría suceder, después de todo lo que había ocurrido entre ellos…
Pero, por primera vez en mucho tiempo, él se había buscado un plan alternativo, uno que casi imposibilitaba, de hecho, cualquier intento de reunión con Ella. Primero, porque sería desandar todo aquel tortuoso camino que tanto dolor le estaba causando transitar; pero, en segundo lugar, porque hacía días que tenía aquel pálpito de que Ella había pasado página definitivamente. Y dudaba de que fuera capaz de sobreponerse a la terrorífica decepción de esperar toda la noche una llamada o un mensaje que nunca iban a llegar.
Quizás estaba empezando a sentirse preparado para Su ausencia, pero no para Su indiferencia.