Aquello era lo que tenía relajarse y volver a escribir sobre Ella, que luego pasaba una semana desastrosa de tristeza, soledad e impotencia, y en especial un domingo tan funesto que habría aceptado hasta una, inyección letal con tal de dejar de sentir.
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Bloqueo
Bloqueo, esa era la palabra. Bloqueo férreo y absoluto a todo lo que le recordase a Ella: bloqueo a sus sentimientos, a las canciones, a las publicaciones, a los mensajes, a todo. Porque, tal y como se había temido, pasar un día con Ella el fin de semana anterior había sido una tortura, y aunque había logrado evadir Sus ojos y Su contacto casi toda la velada, al final terminó flaqueando y rindiéndose a Su poder. Incluso se colgó de Sus ojos durante una eternidad, como antiguamente, y solo separó la mirada al percatarse de que otra persona les observaba a los dos. Ya sabía que cuando Ella se relajaba se acercaba a él, y él no lograba resistirse.
Pero cuando cada cual tiraba para su casa, llegaba la «cara B» del disco: a él le volvían las ganas, las ansias, los sueños, las penas y las desesperaciones, porque a Ella le volvían las distancias y el silencio absoluto, y aquello ya se le hacía insoportable.
Por eso, y mientras se planteaba la conveniencia de alejarse del todo y de una vez por todas de Ella, recurría al bloqueo de todo lo que le hiciera pensar o sentir, de todo lo que le llevase de vuelta a Ella. Incluido su Refugio.
Chiste
Parecía un chiste: si después de casi dos semanas se había decidido por fin a volver a escribir sobre Ella, solo le faltaba que justo después de apurar el último trago de bourbon, echar la última ojeada a la ciudad ya dormida y ponerse en pie para irse a la cama a lidiar con sus demonios, la última canción que sonase en sus oídos tuviera que ser justo la que Ella le mandó poniendo en marcha todo casi once meses atrás, aquella canción que hablaba de portales, de domingos y de tantas cosas por decir. Más de quince horas y media de canciones en aquella lista, y tenía que sonar justo aquella canción en el último momento…
Puto algoritmo, puto karma, puta vida.
Besar el suelo
Llevaba muchos días sin escribir, y no era porque no pensara en Ella, que lo hacía. Era porque se había convencido de una vez por todas de que su historia con Ella se había acabado, y que no tenía sentido continuar dándole vueltas. Por eso, había seguido Su ejemplo y se había encerrado en su propio caparazón, esforzándose por dejar fuera todo lo que pudiera hacerle volver a añorarla: canciones, memes, reels, películas, libros, lugares, recuerdos… Todo, incluso su Refugio, que se había terminado convirtiendo en un diario sobre Ella más que en un descanso para él. Y seguir escribiendo sobre lo poco (o nada) que sabía de Ella, los escuetos mensajes que se habían cruzado en las últimas semanas o que las luces de Navidad del vecino no habían vuelto a encenderse no contribuía sino a hacerle más daño en vez de aliviarle.
Pero al día siguiente iban a comer juntos, iban a dedicarse al «mendingueo» como tantas veces, y en cuanto el alcohol empezase a hacer su trabajo sabía que volverían las miradas, los momentos, los roces y las ansias. Y no sabía si estaba preparado para aquello, para no volver a caer en el juego, para no responder a cada gesto de Ella, a no desearla con todas sus fuerzas, a no volver a intentar convencerla de que juntos serían invencibles.
Así que, después de muchos días, se armó de auriculares y bourbon, desafió al frío de la madrugada otoñal y se salió a su querido balcón, a buscar las palabras con que expresar el miedo que le daba verla de nuevo y, como decía la vieja canción, besar el suelo otra vez.
Ex-todo
Aquello estaba finiquitado, junto con todas las promesas que habían quedado en el aire en los últimos diez meses: ya no iba a esperar risottos, ni tartas de queso, ni escapadas al pueblo, ni noches de tequila, ni invitaciones a cenas caseras, ni quedadas culturales. Ni, por supuesto, cosquillas pendientes, ni revisiones de cicatrices, ni disfraces de armarios, ni abrazos o caricias o besos.
Todo aquello se había acabado, porque al final todo había quedado justo como él le suplicó que no podía terminar: como dos ex-amantes, ex-amigos y casi ex-todo que se añoraban sin cesar mientras se esforzaban por distanciarse e ignorarse.
Con lo que habían sido, y lo que podrían haber llegado a ser juntos…
Desolador
Tener sentadas delante de él a las dos mujeres de su vida, y saber con plena certeza que las había perdido a las dos por completo, era simplemente desolador.
Por eso ya no esperaba nada del futuro. Ya había hecho el cupo de decepciones.
Grietas
Volvió a verla, y constató que seguía enamorado de ella sin remedio, sin compasión. Pese al silencio, a la distancia, a la cortesía con que se trataron, a los esfuerzos por rehuir las miradas.
Y aunque su último tropiezo le había dado la fuerza y la frialdad para encerrarse en su bunker y bloquear todo lo que sentía por Ella, las grietas por las que se colaban las canciones, los memes, los reels y los recuerdos nunca desaparecían. Y si aquello se le sumaban los comentarios sobre un hotel y experiencia al que habría matado por ir con Ella y un domingo gris y lluvioso…
Malditas grietas, maldito corazón que no cesaba de gritar que mataría por cualquier cosa con Ella.
Absoluta
Se iba a la cama después de media botella de bourbon con una sensación de tristeza como nunca había sentido antes: no era la tristeza romántica de cuando iban a quedar y el plan se frustraba; tampoco era la tristeza desgarrada de cuando se buscaban con los ojos, se rozaban con los codos y se despedían con un largo abrazo porque no podían dejarse llevar; ni siquiera era la tristeza desesperada de los mensajes de redes sociales y de los «IMU» porque tenían compromisos o estaban a kilómetros de distancia.
La tristeza de aquella noche era seca, sin lágrimas, porque había evitado las decenas de canciones y los «say when», era descarnada y aspera porque no quedaba ni rastro de ilusión, era resignada y esteril porque ya no quedaba ni rastro de una mísera esperanza.
Era la tristeza absoluta, sin adornos ni drama ni compasión. Como el último vistazo a las vecindas luces de Navidad, como si no pareciera que llevaban semanas apagadas.
Premonitorio
Así que eso era todo lo que quedaba… Ya se lo había parecido, pero que tras preguntarle por Su situación laboral, sobre la que tanto habían hablado durante el último año, y que Ella le remitiera a uno de los chats de grupo que tenían en común ya había sido premonitorio. Pero darse cuenta a través de terceras personas de que no sabía nada de Ella, ni de Sus eventos, ni de Sus preocupaciones, ni de Su salud, ni de Sus momentos de asueto, ni de nada de nada que tuviera que ver con Ella… Aquello era definitivo.
La sensación era que Ella se había quitado un peso de encima cortando todo contacto, y que él volvía a jugar un papel muy, muy secundario en su vida, como había ocurrido años atrás. Pero con la diferencia de que, después de haberla tenido entre sus brazos y entre sus labios, de haberse fundido con Ella en uno solo, de haber experimentado el amor más pleno y absoluto, volver a sentirse prescindible e insignificante era peor que una condena a muerte.
Aquello se había acabado del todo, sin más. Cuanto antes se hiciera a la idea, mejor.
Trascendencia
Así era como le trataba la vida: apenas veinticuatro horas después del último y definitivo intento, de despedirse de Ella y de decidir girar a un nuevo rumbo, su flamante travesía se había desintegrado y desaparecido en sus narices.
No es que aquello cambiase mucho su situación, Ella ya le había degradado al mismo nivel que al común de los mortales, pero que la trascendencia de sus decisiones le durase poco más de un día le parecía una broma de mal gusto.