Algo de Ella que admiraba y odiaba a la vez era su capacidad de autocontrol. Era correcta, formal y capaz de no decir una sola palabra que diera pie a una interpretación errónea o a un malentendido, si no lo deseaba. Pero, en algunas ocasiones, bajaba sus defensas y se dejaba llevar a un mundo oscuro, como Ella misma lo había llamado, en el que jugaba a desatar sus caprichos y deseos, sus pasiones contenidas. Cuando aquello había ocurrido siempre habían estado separados o rodeados de gente, y había sido él quien tuviera que poner frenos y anclajes para no llamar en exceso la atención. Pero siempre le quedaba la duda de hasta dónde llegarían si él no frenase, si Ella seguiría manteniendo el control una vez que se lanzaran.
Vendería hasta su alma por poder ponerla a Ella en aquella tesitura.