Qué dura era la vuelta a la normalidad. Era capaz de acostumbrarse realmente rápido a pasar todo el día cerca de Ella, a mirarla en todo momento, a conversar y reír durante horas, a rondar por la casa aspirando su perfume continuamente.
Sin embargo, la vuelta a la rutina le costaba una eternidad. Le mataba no encontrar sus ojos buscándole igual que los suyos la buscaban a Ella, ni escuchar su risa, ni sentir el contacto de su piel al cruzarse, y a duras penas conseguía reprimir el impulso de escribirle cada diez minutos.
Qué dura era la vuelta al silencio…