Al principio de aquel año se había propuesto tomar las riendas de su vida y ser él su propio conductor. Transcurridos cinco meses, se daba cuenta de que no sólo no había conducido nada, sino que había sido arrastrado y revolcado por las olas una vez tras otra.
Estaba claro que, o se plantaba firme y tomaba el control, o la marea se lo acabaría tragando para siempre.