Días improvisados que terminaban con encuentros inesperados, que le alegraban por un lado y le entristecían por otro.
Al final era cuestión de comprobar cuál de los dos sentimientos pesaba más al final, y no le quedó más remedio que admitir que el sabor que se llevó en la boca, y que le duró toda la noche, fue el de la tristeza.