Órdago final

Tal y como sospechó, la llamada que tanto había esperado fue sustituida por un audio, con una voz que en nada se parecía a la que le había hablado por teléfono la última vez, el primer día en que Ella se reincorporó a Su trabajo y encontró un hueco de «libertad»: Se disculpó por no llamar, le detalló todos los graves problemas que La atenazaban para justificar Su inestabilidad y le reiteró que solo podía ofrecerle amistad. Pero no le explicó los mensajes, y si eran para él u otra persona.

Como ya se esperaba el contenido de aquel audio, él se mostró comprensivo y cariñoso, le ofreció una vez más su apoyo, pero también le comunicó su decisión de apartarse de Ella tras deducir que quizás Ella tenía interés en otra persona, con penar y resignación, con su alma desnuda como nunca antes la había tenido. Su respuesta fue un simple «me parece lo mejor», que le sonó más a alivio que a tristeza por la futura perdida. Y él se resignó enviando un último mensaje en que ya admitía la futilidad de transmitirle el millón de cosas que había pensado en todos aquellos días de aflicción y se despedía con un IWALU, de los que tantas veces se habían dedicado. No había nada más, no quedaba nada más.

Pero, a medida que transcurría el día y se terminaban de desmoronar los pocos vestigios de su relación dentro de él, decidió jugarse un órdago final aún cuando su decisión de cortar el contacto con Ella era firme e inamovible: le escribió un largo y decidido mensaje proponiendo que se encontrasen y se uniesen una última vez a modo de despedida, sin preguntas ni reproches ni declaraciones de amor. Un último encuentro que les permitirse zanjar su abortada relación de manera con un recuerdo dulce y precioso para recordar, con la firme promesa de que él se quitaría del medio para siempre. Es decir, lo que Ella buscaba cuando estuvieron juntos, amor sin complicaciones. Le pidió que se lo pensase unos días mientras él estaba fuera, y cruzó los dedos.

Pero Ella rechazó la proposición sin ambages en cuanto Le fue posible contestar con tranquilidad. Y aunque él había obviado el «incidente» por completo, Ella sacó de nuevo el tema para volver a excusarse en que los malditos mensajes fueron producto de un día de demasiado alcohol, pero otra vez sin aclarar si había sido confusión de destinatario o no. Y que lo mejor era dejarlo estar, que no había más.

En eso Ella acertó, no había más. Él respondió con un mensaje neutro y frío, asegurando que cumpliría su palabra de alejarse, y se despidió recomendándole que aclarase Su vida y se cuidara.

Se había jugado un órdago final y lo había perdido, solo le restaba recoger sus cosas y seguir su camino sin mirar atrás. Aunque se retorciera de la pena, por primera vez se aplicaba a si mismo su famoso consejo de «antes yo que nadie».

Incluso antes que Ella.