No había podido evitarlo. Se había esforzado por mantenerse ocupado y enfocado en mil cosas distintas, pero allí estaba, como tantas y tantas veces, sentado en su balcón con un bourbon en la mano y los auriculares en las orejas. Primero, tratando de asumir que no había sido capaz de dejar de pensar en Ella cada maldito minuto de cada maldita hora de los malditos ocho días, fiesta piscinera incluida, que llevaba de vacaciones. Y segundo, porque al día siguiente salían las notas de su examen, y del resultado de aquellas notas dependía el que se quedara o se marchase a otra ciudad para empezar de cero absoluto.
Y, siendo honesto, lo mínimo que le provocaba la persepectiva de alejarse para siempre de Ella era un pavor indescriptible, porque algo muy recóndito e irredictible dentro de él seguía gritando que Ella aún pensaba y soñaba con él.