Arder

Es que parecía cosa de brujería, una vez más. Si antes escribía para dolerse por el pasado y Su silencio, antes aparecía Ella de la nada, le desarmaba, y con las mismas volvía a desaparecer.

Y él, ya convencido de que la larga noche de bourbon iba a ser aún más larga de lo previsto, solo pudo suplicar a los Magos de Oriente que se decidieran de una vez: o la traían a Ella de vuelta para volver a ser un poquito feliz, o le dejaban el carbón suficiente para hacerlo todo arder hasta los malditos cimientos.

Al fin y al cabo, para renacer siempre hacían falta cenizas.