Besar el suelo

Llevaba muchos días sin escribir, y no era porque no pensara en Ella, que lo hacía. Era porque se había convencido de una vez por todas de que su historia con Ella se había acabado, y que no tenía sentido continuar dándole vueltas. Por eso, había seguido Su ejemplo y se había encerrado en su propio caparazón, esforzándose por dejar fuera todo lo que pudiera hacerle volver a añorarla: canciones, memes, reels, películas, libros, lugares, recuerdos… Todo, incluso su Refugio, que se había terminado convirtiendo en un diario sobre Ella más que en un descanso para él. Y seguir escribiendo sobre lo poco (o nada) que sabía de Ella, los escuetos mensajes que se habían cruzado en las últimas semanas o que las luces de Navidad del vecino no habían vuelto a encenderse no contribuía sino a hacerle más daño en vez de aliviarle.

Pero al día siguiente iban a comer juntos, iban a dedicarse al «mendingueo» como tantas veces, y en cuanto el alcohol empezase a hacer su trabajo sabía que volverían las miradas, los momentos, los roces y las ansias. Y no sabía si estaba preparado para aquello, para no volver a caer en el juego, para no responder a cada gesto de Ella, a no desearla con todas sus fuerzas, a no volver a intentar convencerla de que juntos serían invencibles.

Así que, después de muchos días, se armó de auriculares y bourbon, desafió al frío de la madrugada otoñal y se salió a su querido balcón, a buscar las palabras con que expresar el miedo que le daba verla de nuevo y, como decía la vieja canción, besar el suelo otra vez.