Comenzaba su «road movie» particular en apenas cinco horas con una jornada de casi ochocientos kilómetros de coche, y sin embargo seguía dando vueltas en la cama sin poder dormir. Ella continuaba dominando su cabeza, su corazón, su cuerpo y su todo. Porque si su celebración de la noche anterior había sido magnífica, las caricias a escondidas, rozándose apenas los dedos, sintiendo de nuevo el tacto de Su piel por unos instantes había sido pura medicina.
Pero cuando ya al día siguiente Ella le volvió a escribir, y le dijo que habría corrido a encontrarse con él de haber podido, él creyó enloquecer. Le pidió que se escapase aunque fueran cinco minutos y a sabiendas de que era imposible, pero tenía que intentarlo. Incluso llegó a plantearse retrasar el viaje un día con tal de poder buscar un rato con Ella, pero aquello era más imposible aún. Así que se conformó con soltar la lengua un poco, igual que Ella, y proponerle un encuentro a su vuelta. Ella evitó contestar, pero tampoco lo negó. Y así pasó la tarde, entre emocionado por Sus palabras y cabreado por aquellas mismas palabras.
Así que sí, estaba convencido de que aquello no había sido más que una pequeña recaída, de que a la vuelta de su viaje todo se habría enfriado de nuevo y quedaría en nada, y que c pasarían semanas hasta que volvieran a verse. Pero también estaba convencido de que empezaría su road movie con Sus canciones, con Su imagen en la cabeza y Su tacto en las yemas de los dedos, y con una sonrisa en la cara: Ella seguía estando a su lado.