Tendría que haber declarado aquel día como «El Día del Arrepintiendo», porque se arrepintió de todas y cada una de las decisiones que tomó: se arrepintió de haber ido a entrenar por la mañana, porque se sintió exhausto el resto del día; se arrepintió de salir a las cañas, aunque fuera por verla a Ella después de tantos días, porque bebió más de la cuenta, y se le quedó un mal cuerpo que no pudo recuperar; se arrepintió de haber ido al concierto, porque era un grupo muy especial para Ella pero que no compartía con él, y también se arrepintió de haberse separado de Ella nada más entrar, porque aunque aquellas canciones no tuvieran que ver con él, le habría congratulado verla a Ella disfrutar; y se volvió a arrepentir cuando sonaron las dos canciones de aquel grupo que eran las de Ella, porque tuvo que esforzarse por mantener la compostura, teniéndola a escasos veinte metros como la tenía; se arrepintió de ir a tomar una copa después del concierto, porque se encontró fuera de lugar en todo momento, y encima Ella se detuvo con otra gente; se arrepintió de haberse ido a casa antes de tiempo, por muy mal que se sintiera, porque Su llamada llegó justo cuando entraba por la puerta; se arrepintió de sentarse en el balcón con el bourbon, porque justo cuando el mundo ya se le había caído encima, Ella le escribió y él no supo qué contestar; se arrepintió incluso de su celebración del día siguiente, porque le parecía todo forzado y con calzador, y no sabía si sería capaz de cargar con otra decepción más.
De lo único que no se arrepentía era de aquella locura de viaje que iba a emprender en un par de días. Porque si algo tenía claro, era que necesitaba desaparecer como fuese.