Necesitaba largarse, necesitaba desparecer, necesitaba dejar aquel agujero negro atrás, al menos por unos días. Así que se lió la manta a la cabeza y comenzó a organizar un viaje de mil setecientos kilómetros en coche para cumplir un una vieja ilusión. Trazó los itinerarios, planeó las etapas, buscó los lugares donde comer y dormir, lo planeó todo para ponerse en marcha al día siguiente si quería.
Pero algo le detuvo: Ella le había dicho que estaría aquel fin de semana en la ciudad. Como motivo era realmente poderoso, lo que tenía que decidir era si el motivo era para quedarse o para marcharse.