Y, de repente, se sintió muy pequeño y muy perdido, sintió que el peso de todas sus grandes decisiones equivocadas era ya demasiado enorme, sintió que la vida nunca dejaba de escapársele entre los dedos, se sintió cansado y desvalido.
Ni siquiera la llamada de Ella le animó, más bien al revés: Ella sufría y él no podía ayudarla, porque mucho que le dijera que La quería, que La añoraba, que La pensaba y La soñaba, la realidad era que no estaba allí con Ella para abrazarla, consolarla y protegerla.
Así que aquella noche no hicieron falta ni balcón ni bourbon, bastaron tres canciones imprevistas para que se sentase en la cama a descalzarse y terminara hartándose de llorar.