Su Él

Habían vuelto a quedar para encontrarse en su casa, y aquella vez parecía que todo iba a ir bien: había hora fijada, punto de recogida, hora de vuelta, incluso mensajes con la banda sonora que tenía que sonar en su encuentro.

Pero al final se canceló. No dudaba de que Ella lo desease tanto como él, y comprendía de sobra la presión, la incertidumbre, el nerviosismo y los remordimientos que a Ella le generaba todo aquello, pero a él se le caía el mundo encima cada vez que volvía a quedarse sentado esperando, con todo preparado, con sus propias excusas para ayudarla a Ella preparadas, con todo su tiempo y todo su mundo preparado para Ella. Sobre todo porque deseaba con todas sus fuerzas gritarle a Ella que, por encima de sus ansias por romper la cama y hacerla gritar y gemir como Ella se merecía, lo que deseaba por encima de todo era que Ella se refugiase en sus brazos, que se olvidase con él de Sus problemas, que sus encuentros le supusieran un alivio en vez de una carga; que supiera que se le iba la vida en cada suspiro de desesperanza por no estar con Ella; que estaba dispuesto a lo que fuera por diez minutos abrazado Ella; que vendería a su propia madre por provocarle a Ella una sonrisa. Que aunque le doliera, no podía dejar de esperarla y soñar con Ella.

Pero no se lo decía. Por cómo la conocía, sospechaba que en vez de arreglarlo, todas aquellas declaraciones la harían sentir aún más culpable y lo empeoraría todo. Pero, aunque le mortificaba el verse otra vez relegado al papel secundario, a conformarse siempre y poner buena cara, un destello en su interior le decía que algo había cambiado en Ella, que aquel vínculo entre ellos forjado durante dos décadas se había vuelto irrompible e ineludible.

Que, antes o después, se convencería de que él era «Su Él».