Sabía que Ella ya estaba de vuelta, y se moría de ganas de verla. Aunque, en teoría, iban a coincidir al día siguiente, en su cabeza se apelotonaban formas diferentes de provocar un encuentro «fortuito» cuanto antes. Necesitaba mirarla a los ojos, necesitaba ver que aquella forma de mirar que Ella solo empleaba con él continuaba estando ahí.
Solo habían pasado siete días, pero a él le habían parecido siete meses de tan en serio como ambos se habían tomado el pacto de mantener silencio total durante Su viaje. Tan en serio, de hecho, que él ya volvía a estar dominado por el temor de que Ella fuera a mantener el pacto indefinidamente. Que una cosa era haber renunciado a Sus besos, a Su piel y a Su fuego, y otra volver a perderla de nuevo.