No, no le había dicho nada, ni una palabra. Cuando él había terminado por derrumbarse, cuando se había visto abrumado por la insensibilidad de los demás, cuando había vuelto a salir apaleado después de intentar ofrecer lo bueno que tenía, había recurrido a Ella en medio de la desesperación y las lágrimas de rabia y de impotencia.
Le habría bastado una simple palabra amable, un «respira y no te enfades, que te salen arruguitas«, cualquier cosa que le hiciera sentir un poco consolado y apoyado, especialmente viniendo de Ella.
Pero no. Para él no, y menos aquel día. Los encierros en el baño y los mensajes apresurados parecían haber pasado a la historia. Ahora solo quedaban noches sin dormir y días de comerse la cabeza sin verla, sin hablar ni escribirse mientras Ella dedicaba su tiempo a otros, esperando el momento de la estocada final.