La verdad era que se lo veía venir. Hacía algún tiempo que Ella ya no le decía en sus mensajes que ansiaba abrazarle o besarle, que necesitaba estar a su lado, y aquello era un síntoma inequívoco. Pero aquella noche en concreto, desinhibida y con las defensas bajas por el alcohol, ya le dijo varias veces que iba a dejarle.
No la culpaba, él sabía desde el principio que aquello tenía fecha de caducidad, y más cuando la vida de Ella se puso aún más patas arriba con el cambio de Su situación profesional: si ya de por sí Su vida era complicada, con aquello todo se enredaba aún más.
Pero que fuera esperado no lo hacía menos doloroso. Nunca una ruptura era sencilla, menos aún si se trataba de la mujer de su vida, a la que había esperado casi dos décadas. Así que, después de casi dos meses de maravillosa ensoñación, llegaba el momento de atarse los machos y apretar los dientes, porque como decían en una de sus series favoritas, las noches que se avecinaba iban a ser oscuras y a albergar horrores.