A poco más de día y medio del que se suponía que iba a ser su último encuentro antes del «frenazo» que Ella le había pedido, todo eran incógnitas: ¿iba Ella a encerrarse otra larga temporada en su fortaleza de distancia y silencio? ¿Iban a mantener el contacto estrecho, aunque fuera solo como amigos? ¿Iban a tirar cada uno por su lado sin mirar atrás?
Lo peor era la lista de canciones, ¿qué iba a hacer él con aquella lista? Porque hasta entonces, había estado escuchando durante años las canciones que le habría gustado cantarle, las que parecían estar escritas para ellos, las que explicaban los sentimientos que él tenía por Ella cuando no podía hablarle.
Pero las de aquella lista eran las que Ella le había enviado, con las que Ella pensaba en él, las que gritaban a voces lo que ambos querían escuchar del otro, las que sonaban cuando se habían entregado en cuerpo y alma.
Iba a haber una enorme y dolorosa diferencia entre escuchar canciones que le traían recuerdos de Ella, y las que le traían recuerdos con Ella.