Después de ochocientos kilómetros de coche pensando en Ella y luchando contra la incertidumbre, se arriesgó a escribirle para preguntar. Un rato después llegaron Sus escuetas respuestas con la ansiada confirmación de hora y lugar para el día siguiente, tal y como Ella le había planteado días atrás.
Pero, de pronto, se dio cuenta de que se había equivocado con las fechas, que originalmente Ella no propuso el día siguiente sino dos días después, y que el «mañana hablamos» de Su último mensaje guardaba un tenebroso parecido con el temido «tenemos que hablar».
Una vez desaparecido el escalofrío que le surcó la espalda de arriba a abajo, logró liberar su mente de miedos y malos presagios y, mientras se abandonaba a un merecido descanso, concentrarse en que, ocurriera lo que ocurriera, al día siguiente, Ella había decidido dedicarle un rato a él y solo a él. Aunque fuese para una nueva despedida.