Aunque se había obligado a meterse en la cama temprano, terminó sentado una vez más en su balcón apurando un vaso de bourbon tras haber cometido el «error» de releer los mensajes que había cruzado con Ella aquel día. Obviamente, el sueño se disipó con la misma rapidez con que se disparaba su imaginación y se aceleraba su pulso. Poco le importaba lo que ocurriera, o que al final todo pudiera quedar en otro amago más. Porque aquellos mensajes la habían traído de vuelta, le habían confirmado que, en realidad, Ella nunca se había ido.
Agotando el último sorbo de bourbon, sonrió al escuchar los primeros acordes de aquella puta canción perfecta que Ella le había enviado y que él jamás podría superar, y que le daba, por primera vez en su vida, un motivo para desear que llegasen los domingos.