Después de una segunda velada consecutiva con Ella, después de que hubieran vuelto los abrazos furtivos, las miradas sostenidas y la proximidad disimulada, llegó a casa y se sentó en el sofá, sin cambiarse de ropa, por si acaso llegaba un mensaje para tomar una última copa, o para un encuentro rápido, o para alguna cosa de aquellas descabelladas que hacían cuando se les cruzaban los cables, y más cuando el no tenía que dar explicaciones a nadie y podían tener un lugar privado y discreto para verse.
Después de un rato, volvió a la realidad y se puso el pijama. Aquella química, aquel deseo secreto entre ellos nunca iba a desaparecer por mucho que se distanciaran: pero tampoco iba a volver a unirlos.