No sabía muy bien cómo lo hacía pero, a pesar de sentirse asfixiado, extenuado y desconsolado, volvía a levantarse después de cada tropezón. Más que nada porque, aunque sólo veía desierto y desolación mirase donde mirase, en lo más profundo de su alma sentía que, en algún momento, un rayito de felicidad le acabaría salpicando, aunque fuera de rebote.
Aunque Ella ya no estuviera, y no fuera a volver nunca más.