«Déjate de ilusiones: si no te habla, no le importas».
Leer aquella cita anónima de manera fortuita, medio mal escrita y casi sin importancia fue como un puñetazo en la boca del estómago que le dejó sin respiración. Justo cuando, animado por una nueva canción recién descubierta que no se decidía a enviarle, estaba a punto de escribirle con una excusa tonta para provocar que se vieran al sábado siguiente, aprovechando la fiesta que él celebraba y que se alargaría mientras los cuerpos aguantasen.
Pero fue leer aquella cita y todos los planes, todas las palabras, todas las canciones y todas las ilusiones se estrellaron contra el suelo. Hora de admitirlo de una vez por todas.