Expectativas, siempre habían la raíz de sus problemas. Luchaba por no hacerlo, pero terminaba creándose tantas expectativas que, al no cumplirse, se convertían en una decepción continua de la que le costaba la misma vida salir. Con el paso de los años había aprendido a rebajar el nivel de aquellas expectativas hasta límites casi irrisorios, conformándose con las migajas que los demás dejaban caer de sus mesas, y autoconvenciéndose de aquello era mejor que nada.
Pero cuando ya no caían ni siquiera las migajas, cuando se daba cuenta de la importancia real que tenía para los demás, era cuando el peso del mundo le aplastaba y le dejaba sin respiración, y se sentía ingenuo y estúpido. Probablemente en un mundo despiadado no tenían cabida los corazones nobles.