Le daba igual un año viejo que un año nuevo, aquel agujero negro que tenía en sus entrañas continuaba devorándolo todo: sus intereses, sus motivaciones, su humor, su creatividad, sus ganas, su sonrisa, su amor.
Sólo había una cosa que resistía inamovible, la tristeza. Estaba tan seguro de ello, que apostaría una mano a que cualquier médico podría diagnosticarle tristeza crónica. Y aquello le entristecía aún más.