Si apenas dos días antes se lamentaba de no tener contacto con Ella, aquel domingo todo volvió a ponerse patas arriba. Una velada normal, que se fue alargando como otras veces, que se fue «animando» como otras veces y que de manera totalmente imprevista, terminó con ellos dos solos, y hablando a corazón abierto. Ella se derrumbó, se recompuso, se enfadó y se volvió a derrumbar. Y él, entre decidido y perplejo, entre blindado y desarmado, entre sereno y conquistado por completo.
Bien sabía Dios que no la había besado en medio de la calle porque tuvo un último destello de lúcida precaución, y que se obligó a llevarla a casa porque ya tenía dos mensajes de su hija en el móvil esperándole en casa. Pero en aquel momento, después de tantos meses de añoranza, de desdicha, de soledad y de rehabilitación, volver a tenerla colgada en sus brazos fue como un terremoto. Solo Su fragilidad, magnificada por el exceso de alcohol en ambos, le contuvo de hacer saltar la banca de una vez por todas. Eso, y su maldita manía de protegerla a toda costa.
No pegó ojo en toda la noche, no logró concentrarse en nada durante el día, y no pudo borrar Su imagen de su cabeza ni un maldito minuto. Al menos, consiguió mantener el control y no lanzarse a escribir como un loco, hasta que fuera capaz de asimilarlo todo y reflexionar con algo de calma. Pero aún así, no se pensó dos veces mandarle un mensaje a la mínima oportunidad que se le presentó, ni proponerle una llamada que el maldito trabajo no les dejó realizar, ni ofrecerle una tarde de charla sincera a solas, con más calma y menos alcohol. Y aunque Ella reaccionó quitando hierro al asunto y encerrándose en su caparazón como otras veces, él le insistió en su prohibición de denigrarse a si misma, de decir enormidades que no eran verdad.
Porque, tal y como le dijo, si de algo le había servido aquel terrible año de silencio y soledad absoluta había sido para revelar Sus defectos, Sus errores y Sus debilidades, y tumbar de un puñetazo el pedestal en el que siempre la tuvo. Porque a medida que dejó de idolatrarla, descubrió lo que era amarla de verdad. Pese a todo, pese a haberse dado por vendido al final. Pese al terremoto.