No hacía mucho tiempo que había retomado el contacto con alguien muy querido del pasado, una pequeña historia que le ofrecía todo lo necesario para convertirse en un gran amor. Y aquella tarde decidió escaparse en secreto para un breve y entrañable reencuentro y un par de abrazos sanadores.
Mientras conducía de vuelta, cruzando los dedos para que ningún detalle destapase su escapada, repasó mentalmente las razones por las que, en su día, decidió matar aquella historia antes de que pudiera crecer: por una parte, su maldita conciencia y la obligación moral de mantenerse en un barco que ya hacía aguas por todos lados; por la otra, un incomprensible sentimiento de fidelidad hacia Ella, basado en la absurda creencia de que, si algún día tenía que meter la pata hasta el fondo, sería solo con Ella. Y así, arrancó de raíz una de las más dulces flores que iba a encontrar en toda su vida.
Años después, la flor había encontrado suelos más fértiles, su barco se había hundido casi por completo, y a Ella la había terminado perdiendo del todo.