Después de casi tres semanas, la vio. Fue solo un instante, Ella caminando por la acera y él conduciendo, pero lo suficiente para comprobar que seguía estando arrebatadora y espectacular; sin embargo, también fue el tiempo suficiente para que todo el desconsuelo que con tanto ahínco trataba de enterrar a diario volviera a manar a borbotones.
Así que contuvo su impulso inicial y retiró el dedo del claxon, y el siguiente de dar la vuelta y provocar un «encuentro casual» en un paso de peatones, y siguió su camino en dirección contraria a la iba Ella.
Ya tendría tiempo de pensar, o arrepentirse, de ello al día siguiente cuando pasara, por enésima vez, por el cruce que llevaba a Su pueblo, donde sintió que era especial para Ella por última vez.