Fueron apenas unos minutos, pero volvió la magia. Se le llenó de nuevo el corazón, retornaron las cosquillas en el estómago, se le volvieron a abrasar los ojos con el fuego de Su mirada, se le erizó otra vez el vello de la nuca cuando Ella posó una mano en su brazo, se le cortó la respiración cuando la distancia se redujo hasta casi dejar de existir.
Quizá fue por el alcohol de la celebración, quizá por algún rescoldo perdido que se avivó con un soplo de aire, daba igual, porque duró sólo un instante y probablemente no volvería a repetirse. Pero gracias a aquel instante mágico, y justo cuando más abatido estaba, había vuelto a sentirse especial en Sus ojos; había recordado por qué no podía dejar de amarla.