Parecía estar reviviendo su reciente sueño: entrenaron juntos, discretamente distantes, pero siempre cerca el uno del otro; salieron a correr juntos, al mismo paso, y estiraron también juntos; salieron del gimnasio a la par, y antes de subir a los coches, tuvieron el típico de titubeo de algo que se queda en el tintero, pero que se deja correr; recorrieron todo el camino de vuelta a casa conduciendo uno tras otro, aprovechándose del poco tráfico que había ya a aquellas horas; pero al llegar a la última rotonda, se pusieron en paralelo, se saludaron con la mano y una leve sonrisa, y cada uno giró para un lado.
A diferencia de su sueño, en la vida real Ella no tenía que hablar con él, ni le había pedido que la siguiera a un parking medio vacío. En la vida real Ella no tenía nada que demostrarle, ni ninguna prueba que dejar. En la vida real no se despertaba de golpe y se acababa todo, bien o mal.
En la vida real Ella no le besaba, ni lo iba a hacer nunca más. En la vida real, el dolor nunca se iba, simplemente uno se acostumbraba.