Solamente estar cerca de Ella ya era un regalo. Si, además, compartían charla, risas y unas gotas de complicidad, se iría a la cama con una sonrisa en la boca. Pero aquella noche, al despedirse de Ella en la puerta de Su casa, él se acordó de repente que no volvería a verla hasta una semana después, y se le cayó el alma a los pies. Se lo recordó también a Ella, que por un momento reaccionó con un gesto de contrariedad, pero lo zanjó al instante con un neutro «nos vemos en una semana» y una sonrisa.
Él se volvió a casa tratando de no pisarse el alma, con un vacío negro en el estómago y sin ningún rastro de la sonrisa que había pintado en su cara un rato antes. Confiaría en que, en algún momento, vibrara su móvil y fuera un mensaje de Ella