Eran aquellos momentos sencillos de compartir coche, de charlar de nimiedades, de reírse de naderías, los que desmontaban sus tragedias y aligeraban su corazón. A ver, por supuesto que daría media vida por tomarla de la mano, estrecharla entre sus brazos o acurrucarse en su pecho, pero se conformaba con lo que el mundo real le permitía.
Y, en su situación, aquellas gotitas de dicha eran lo suficiente para hacerle sonreír.