Quería creer que estaba enfadado con Ella, por mostrarse especialmente distante con él, por no haber sido la de siempre, por no dedicarle ni una de aquellas miradas que hacían flaquear sus rodillas.
Pero sabía que con quien estaba realmente enfadado era con él mismo. Ella se había limitado a cumplir lo pactado: guardar las distancias, no sólo no jugar con fuego sino no jugar con nada en absoluto, no dar pie a que él pudiera interpretar nada. Había cumplido con Su palabra.
Él era quien no lograba comprender que no había nada entre ellos, que él no era (tan) especial para Ella, que Ella no le amaba como la quería él. Era incapaz de entender que la culpa era solo suya porque Ella no tenía ninguna deuda, que el último año lo había cambiado todo, que no podía seguir aferrado a palabras que Ella ya no iba a volver a pronunciar, que con o sin armadura Ella ya no necesitaba a Su caballero.
Estaba enfadado por no querer ver aquella realidad en la que Ella ya había pasado página, por seguir soñando con estar equivocado.