No dejaba de tener su gracia. Para una vez que se dejaba llevar por la frustración y lo ponía por escrito, no tardaba ni una hora en recibir un mensaje de Ella echando por tierra sus malos juicios. Casualidad o no, sentía tantos remordimientos que estuvo a punto de escribirle para disculparse. Pero como sospechaba que el remedio podría ser peor que la enfermedad, decidió que fueran los demonios de la Noche los que le hicieran expiar su pecado.
No dejaba de tener su gracia. Su maldita gracia.