Que él moviera cielo y tierra ante la más mínima posibilidad de verla no significaba que Ella también fuera a hacerlo. De hecho, a la primera ocasión en que él modificó su órbita, Ella le dio una excusa vaga aún cuando ya había decidido mantener su ritmo habitual, como él mismo no tardó en descubrir. Y dolió, vaya si dolió. No por no poder estar con Ella aquel rato, sino porque parecía que Ella no había sido sincera, y él no sabía muy bien cómo digerir aquello.
Lo que sí sabía es que, a veces, los actos hablaban mucho más claro que las palabras.