La amaba, nada ni nadie podría cambiarlo. Porque los días en que no la veía eran como masticar ceniza; porque solo Ella provocaba mariposas en su estómago cuando se encontraban; porque cada mirada que Ella le dedicaba, por más que fuera accidental, generaba un chispazo que recorría todo su cuerpo; porque cada vez que Ella se marchaba sentía como se retorcían sus tripas y se quedaba sin aire. Día tras día, mes tras mes, año tras año.
La amaba, y ni siquiera él mismo podía cambiarlo.