Por extraño que pudiese parecer al viajar cuatro personas juntas, en aquel coche solía reinar el silencio, lo que terminaba siendo criminal para un sobrepensador como él.
Si es era duro estar dándole vueltas a la cabeza en las innumerables horas de soledad de cualquiera de sus días, hacerlo también cuando estaba acompañado era simplemente agotador.
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Reina del Caos
A medida que iban pasando las horas y las jornadas, el enfado y la frustración empezaban a dejar paso, como siempre, a la tristeza y la resignación. También como siempre, Ella tendría otras cosas más importantes o más urgentes que atender que una llamada para arreglar las cosas con él.
Pero su tristeza y su resignación no venían de no ser importante para Ella, eso ya lo tenía asumido hacía tiempo; se sentía triste y resignado por no ser capaz de dejar de amar a alguien tan maravillosa y dañina al mismo tiempo, tan fuerte y tan rota, tan pasional y tan incapaz de gestionar sus sentimientos.
Aquella era su condena, amar eternamente a la Reina del Caos.
Límites
Había estado esperando Su llamada todo el día, por más que supiera desde el mismo momento en que Ella se lo dijo que la llamada no iba a llegar. Exactamente igual que sabía que el centenar de conversaciones que tuvo en su cabeza con Ella quedarían en cero, una vez más.
Pero esta vez tomó nota, esta había sido la gota. Esta vez fijó unos límites que no iba a permitir que nadie rebasara. Nadie.
Ni siquiera Ella
Sofocón
Aquello se iba a convertir en un punto de inflexión, pero de los de verdad. Porque a Ella se le había ido la cabeza, y el comentario más bien intencionado que él podía hacer, lo había convertido en una ofensa, o vete tú a saber.
Y él, por primera vez en años, se dio cuenta de que no tenía por qué pagar Sus platos rotos, cuando lo único que ansiaba era estar cerca de Ella y cuidarla y apoyarla como siempre, pese a sus propios propósitos de alejarse y bla bla bla.
Así que, tras un inconcebible momento en que él se vio mandándola a Ella al carajo y dejándola con la palabra en la boca, se vieron discutiendo otra vez sin sentido ninguno en vez de hacer las paces, porque Ella no atendía a razones. Y él se sintió herido, furioso y hastiado, hasta el punto de marcharse casi sin despedirse. Al fin y al cabo, llevaba toda su vida aceptando que el resto del mundo, Ella incluida, pagase sus frustraciones con él, y su vaso ya rebosaba más que de sobra. Así que, con el corazón más roto que nunca, puso rumbo a casa apretando el paso, haciendo acopio de toda la dignidad que le quedaba.
Porque el sofocón, la llorera y la noche sin dormir no se las iba a quitar nadie.
Super oído
Había sido una noche extraña. Tanto por la compañía como porque cuando ya tenía decidido que se iba, escuchó Su voz entre la multitud. Un rápido vistazo confirmó que era Ella, sentada en la barra casi detrás de una columna. No la había visto entrar, pero no debía de llevar mucho tiempo allí, y se preguntó cómo no se había percatado de Su llegada. De hecho, de no ser por su súper oído, ni siquiera se habría dado cuenta de que estaba allí.
Se debatió entre acercarse a saludar o disimular, y optó por lo segundo. Si se acercaba, se le presentaría la tentación de quedarse con Ella, y aparte del cansancio y de las cervezas que ya llevaba, no se sentía con fuerzas para enfrentarse a otra velada con Ella fingiendo que nada le importaba. Así que eligió justo el ángulo en el que la columna le tapaba, pagó sus consumiciones y salió con su acompañante sin mirar nada más que a la puerta, cruzando los dedos para que las personas que estaban con Ella no le reconocieran y Le avisaran.
Volvió a casa preguntándose cómo habían llegado a aquel punto, cómo las decisiones de ambos los habían llevado a evitarse en lugar de buscarse. Se maldijo a sí mismo por el puto contacto «medio-cero», y decidió acabar aquella noche con hasta la última gota de sus reservas de bourbon, porque no quería ni siquiera escribir sobre ello.
Y mientras se tambaleaba camino de la cama, la maldijo también a Ella por seguir siendo «su Ella», pero mucho más a su super oído por terminar de arruinar una noche que ya empezó torcida.