Veintisiete días y tres mensajes formales después, aquella tarde iban a reencontrarse en un cumpleaños que duraría horas, y él no sabía muy bien cómo sentirse ni qué esperar. No podía prever si Ella mantendría las distancias, si actuaría como si nada, si trataría de hablar con él para aclarar las cosas… Con una persona tan imprevisible como Ella, cualquier cosa podía ocurrir.
Lo único que tenía claro es que habían pasado veintisiete días con sus veintisiete noches, habían tenido tiempo más que de sobra para un café, una llamada o un rato de chateo, para disculpas o aclaraciones, para normalizar o terminar de separar. Y, bien fuera por vergüenza, por pesar, por desinterés o por indiferencia, lo único entre ellos dos en veintisiete días y sus noches había sido silencio. Duro, frío y negro silencio.
Así que sí, estaba inquieto porque, por una vez, no pensaba hacer nada al respecto. Simplemente se limitaría a reaccionar a lo que se encontrara, teniendo en cuenta que como en tantas ocasiones le había recomendado él a Ella, aquella vez iba a estar él antes que nadie.
Incluida Ella.